sábado, 13 de diciembre de 2025

Ingeniería de paz: método, coraje y cuidado

Cuando miramos esta semana con calma —más allá del ruido, del traslado heroico y de los titulares— descubrimos algo simple y hondo: en Venezuela la paz no es una palabra bonita, es un acto moral que se organiza. Y, al mirarla desde el ser de María Corina, aparecen lecciones que nos tocan, aunque muchos no hayan pisado nunca nuestro país.

Primera lección. La dictadura venezolana es criminal —y esa palabra se queda corta—. Lo es por sus métodos y por su desprecio activo de la vida. La historia tendrá la última palabra y juzgará a todos, dentro y fuera: a quienes eligieron mirar a un costado, a quienes justificaron lo injustificable y a quienes, con poder para ayudar, prefirieron la comodidad de la equidistancia. Podemos comprender el cálculo político de algunos líderes internacionales; no podemos justificarlo. El daño humano no admite adornos.

Segunda lección. El “diálogo” no es una herramienta mágica cuando enfrente hay dictaduras que solo reconocen el poder por el poder. Podemos ofrecer razones, garantías y vías institucionales; ellos responden con dilación, mentira y violencia. No negociamos la verdad ni la dignidad. Las sostenemos y las probamos. Eso hicimos: documentar, formar, resistir sin odio y con paciencia, hasta que la realidad se impone.

Tercera lección. El Nobel no recae solo en una persona; reconoce una gesta. Por eso María Corina no habla por sí misma: habla en plural, por un movimiento y por un pueblo. Esta semana lo vimos en Ana Corina. Sin saber dónde ni cómo estaba su madre, se plantó con serenidad, inteligencia y estudio, y nos habló a todos. No hubo improvisación: hubo previsión estratégica, entrenamiento, templanza. En su voz, vimos y oímos a su madre; y, a través de ella, a una generación que ya está lista para tomar responsabilidades sin estridencias.

Cuarta lección. El sacrificio es real y tiene rostro familiar. Lo que ha entregado María Corina de su vida privada es la misma ofrenda de millones de hogares rotos por la diáspora. Casi nadie en Venezuela tiene su familia completa y en paz. Por eso nuestro mensaje no termina en números ni en cargos: termina en un abrazo pendiente. La política, entendida como cuidado concreto, es volver a reunir a los nuestros, sanar rencores, poner a salvo a los niños y a los mayores. La ingeniería de la paz empieza por ahí.

Quinta lección. Ciertos progresismos que aplaudieron o relativizaron al régimen recibieron un revés moral. Intentarán taparlo con sus dos armas tradicionales, mentira y violencia, pero algo cambió: millones hemos visto que la verdad se puede organizar. Y cuando la verdad se organiza —con testigos, con actas, con calma— deja sin coartadas a los tibios y sin terreno a los violentos.

Sexta lección. El gentilicio venezolano no es una consigna; es una ética. No somos perfectos, pero somos muchos más los que cuidamos, trabajamos, estudiamos y ayudamos, dentro y fuera del país. Esta semana lo recordamos: venezolanos anónimos que hospedan, que traducen, que rezan, que reúnen recursos, que arriesgan su nombre y su cuerpo para que otro llegue. Esa red tejida en silencio es el verdadero músculo de nuestra esperanza.

Séptima lección. Hay un nuevo liderazgo. No grita, no busca reflectores, no trafica con derrotas ajenas. Se organiza, delega, corrige; entiende que la paz exige método. Los liderazgos que cumplieron su ciclo pueden y deben dar un paso al costado, sin resentimiento, para apoyar donde sean llamados. La reconstrucción de Venezuela necesitará manos, no egos.

Octava lección. María Corina dio, además, un golpe de realidad a cierto feminismo estridente que confunde consigna con servicio. La femineidad que vimos no se anuncia: se ejerce. Es la que cuida, sostiene, repara; la que pone orden en medio del caos sin humillar a nadie; la que entiende que la fortaleza puede hablar en voz baja y que la paz no es claudicación, sino firmeza al servicio del bien.

Novena lección. Solos no podemos. Hemos hecho lo que podíamos frente a una tiranía sostenida por alianzas oscuras. El mundo democrático debe asumir que la indiferencia también toma partido. Se necesita una conciencia global, sostenida y coordinada, para sacar a los intrusos del poder, con el mínimo de daño posible y con justicia para los culpables por acción u omisión. La paz verdadera se escribe con verdad, con reparación y con garantías para que nadie vuelva a pisar a nadie.

Y, por último, una lección íntima: lo que conmueve de María Corina no es la épica, es la coherencia. Sostener una sola línea durante años, cuando convenía y cuando no; elegir el “nosotros” por encima del “yo”; estudiar, prepararse, delegar, prever; cuidar la palabra y los gestos; hablar de fe, de conciencia y de responsabilidad sin cinismo; entender que el poder solo tiene sentido si sirve para reunir a las familias y para devolverle a cada persona el gobierno de su propia vida. Eso es liderar: convertir el dolor en compromiso y el compromiso en hechos medibles.

Si sientes que algo de todo esto te toca, entonces ya formas parte: te toca a ti también elegir la verdad, sostener al que cae, exigir justicia sin venganza, apostar por el reencuentro. La paz es tarea. Y hoy sabemos —porque lo hemos visto— que, cuando se organiza, avanza.