domingo, 15 de mayo de 2016

Los petrocómplices

"El mundo no será destruido por lo que hacen el mal, 
sino por aquellos que nada más se quedan mirando" 
Albert Einstein

Hace pocos días la Asamblea Nacional aprobó una exhortación al Ejecutivo, al TSJ y al CNE, exigiéndoles que cumplan la tan vapuleada constitución. Esta exhortación fue enviada a las embajadas de todos los países y a los organismos multilaterales, para que la comunidad internacional escuche la voz democrática más autorizada y sepa, aunque ya lo saben, que en Venezuela no hay democracia.

Algunas personas me han manifestado que la comunidad internacional no ha reaccionado ante este importante documento. Yo les comento que ella tradicionalmente ha sufrido de un problema neurológico: su reacción ante el estímulo es muy tardía, tanto que a veces esa reacción ocurre después que el paciente falleció. En esos casos, generalmente hay declaraciones tardías y discursos apasionados para que “cosas como esas no vuelvan a suceder”. Y cosas como esas vuelven a suceder, inexorablemente.

En el caso de Venezuela, al problema neurológico citado se une el hecho de que muchos gobernantes se han convertido, conscientemente y sin excusas posibles, en “petrocómplices” de nuestra desgracia. Ellos esconden la cabeza como el avestruz mientras el chorro de petróleo los siga salpicando. Les voy a recordar a esos personajes, ellos ya lo saben, en lo que los sinvergüenzas que nos gobiernan han convertido a Venezuela durante los últimos 17 años.

Somos un país donde se aplica una constitución que fue rechazada por el pueblo y se acusa de traidores y criminales a quienes piden que se aplique la constitución vigente. Un país que ha destruido el aparato productivo y se amenaza y persigue a quien intenta producir. Un país cuyos gobernantes se dicen socialistas y han promovido la explotación del pobre por el pobre dentro de un esquema del más salvaje capitalismo; que afirman que podemos alimentar a tres países y son incapaces de alimentar al suyo; que dicen representar al pueblo y desconocen la voz del pueblo fuertemente expresada el 6 de diciembre. Un país en el cual las “zonas de paz” decretadas por el régimen se convierten automáticamente en las zonas más peligrosas para el ciudadano común; done se vocifera haber humanizado las cárceles y las han convertido en los centros de comando del delito organizado; donde ver a un policía o a un militar uniformado produce temor en lugar de tranquilidad. Un país que ha reeditado los principios goebbelianos del nazismo en su versión moderna y mejorada. Un país cuyos gobernantes exigen a las madres la partida de nacimiento de sus hijos para venderles un poquito de leche y unos cuantos pañales y no muestran una partida de nacimiento y una de defunción que podrían desenmascarar una de las más grandes estafas en la historia de la humanidad. Un país donde cada vez es más frecuente que los padres entierren a sus hijos; cuyos ciudadanos se alegran cuando consiguen unos granos de arroz, un poquito de leche, o un rollo de papel higiénico, y se alegran aún más cuando son víctimas del hampa y viven para contarlo; donde cada ciudadano tiene su propia historia que contar acerca de la inseguridad, a cual más trágica. Un país cuyos gobernantes han sido salpicados por la corrupción extrema y el narcotráfico y usan nuestro dinero, el que nos hace falta para sobrevivir, para defender a esos rufianes de cuello rojo y verde oliva. Un país donde aquellos que han obtenido una vivienda a cambio de lealtad son obligados a marchar para exigir que no les otorguen el título de propiedad de sus viviendas. Un país donde los ciudadanos entran a una panadería a preguntar si hay pan, a una carnicería a preguntar si hay carne, a una tienda de repuestos a preguntar si hay repuestos, a una farmacia a preguntar si hay medicamentos. Un país que rechaza la ayuda humanitaria que los ciudadanos necesitamos con urgencia, que objeta cualquier pronunciamiento distinto a la sumisión e insulta a quien se atreva a hablar, que tortura a sus jóvenes y persigue al que piensa distinto. Un país seco y oscuro gracias a la eficiente labor de quienes fueron designados para lograr ese perverso objetivo. Un país, en fin, en el cual vivir, o más bien sobrevivir, se ha convertido en una aventura extrema.

Todo esto sucede, de esto no tengo duda, porque así fue planificado y escrupulosamente ejecutado durante estos 17 años. Y todo ha sucedido bajo la mirada encubridora, y algunas veces con el decidido apoyo de los “petrocómplices”.

Es obvio que la solución de nuestros problemas está en nuestras manos. Nadie desea una intervención armada como ridículamente nos quieren hacer creer. Pero la comunidad internacional tiene un deber que cumplir, porque así lo asumió al suscribir la Declaración Universal de los Derechos Humanos y documentos tan importantes en su letra y tan inoperantes en la práctica como la Carta Democrática de la OEA o la cláusula democrática de UNASUR, las cuales sólo han servido para defender a los miembros del Club de Presidentes, y no a los pueblos que sufren de regímenes que, definitivamente, no son democráticos. La comunidad internacional tiene que ser importante, porque de no ser así, el régimen venezolano no hubiera dedicado tanto esfuerzo y tantos petrodólares para comprar la conciencia de tantos gobernantes.

Los venezolanos nunca olvidaremos quienes son los culpables y quienes son los cómplices. Allá ellos con sus conciencias. Nosotros resolveremos nuestros problemas y la historia, cuando no los tribunales, juzgará a quien tenga que juzgar.


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