Existen dos
tipos de Otitis. La primera, la de verdad, consiste en una infección del oído medio
que puede traer graves consecuencias, como la sordera crónica, si no es bien
tratada. La otra tiene que ver con el amplio repertorio de excusas que usan los
estudiantes para no ir a clases, o los adultos para faltar al trabajo o a una
reunión que quieren evitar, o para no montarse en avión, por sólo citar algunos
ejemplos. En el caso que nos ocupa, que no voy a decir cuál es porque ustedes
saben, yo tengo la certeza de que se trata del segundo tipo. Es, sin duda, un
caso severo de Otitis crónica que ha derivado en sordera crónica, o viceversa,
como mejor les parezca, de los que han sido catalogados coloquialmente como “no
hay peor sordo que el que no quiere oír”.
No quiero
parecer superficial, y tengo muchas razones que justifican mi certeza. En
primer lugar, se trata de alguien que tiene años oyendo sólo cuando le conviene.
Sus allegados saben muy bien que tiene el oído afinado para escuchar halagos.
Basta que digas algo que no le guste para que, o se haga el loco, o te mande
poner preso en el mejor de los casos, y esto último no es porque te escuchó
sino porque sus dueños le pasaron un papelito con la sentencia ya cocinada. Por
otra parte, es impresionante el número de gente, dentro y fuera del país, que
le solicita que rectifique, que tome acciones contrarias a su naturaleza en cosas
simples tales como respetar los derechos humanos, y él nada, no escucha, es
sordo.
Lo último,
ya conocido por todos, es que se iba a encontrar cara a cara con una persona a
quien él teme profundamente, y ¡zas!, finalmente confesó lo de la Otitis,
aunque realmente ha debido confesar la sordera ya mencionada, pero no se atrevió
a llegar tan lejos. Era el momento de escuchar verdades, pero un “revolucionario” que se respete no
está para esas cosas. Sólo debe enfocarse en mantener el poder a toda costa,
incluso de la vida de quienes se han atrevido a hablar y, para lograr ese
objetivo, escuchar verdades puede ser muy peligroso.
Por eso,
todos los que padecemos penurias a causa
de esa sordera, debemos gritar más alto. Sabemos que él no va a escuchar, pero
los que le pasan los papelitos sí que escuchan, y el mundo también escucha. No
podemos evitar que él se haga el sordo, pero si estamos en capacidad de alzar
nuestra voz, tan pero tan alto, que alguien tenga que escuchar.