sábado, 27 de mayo de 2017

Fantasmas en la calle

Los represores se encuentran prestos a salir, una vez más, a cumplir la labor que le encomiendan, desde sus cápsulas de cristal, aquellos que temen que se les rompa el cristal.

Yo los entiendo y también perdono a muchos de ellos. Algunos, los que no tienen perdón, están emocionados ante una nueva batalla para exterminar al enemigo. Aprendieron a odiarlo en la más pura tradición del asesino en serie conocido como el Che, paradigma del hombre nuevo del oprobioso régimen. Otros lo hacen porque no tienen más remedio. Las razones son infinitas. Muchos de ellos tienen miedo, por ellos mismos o porque saben que del otro lado están sus padres, sus hermanos, sus hijos. Sean cuales sean sus motivaciones y sus temores, se sienten poderosos, protegidos por su arsenal mortífero y su zoológico de terror conformado por ballenas, rinocerontes y murciélagos.

La batalla va a comenzar. El enemigo comienza a avanzar empuñando las temibles armas de la verdad y la palabra. Eso no es permisible para los que no quieren, no pueden, abandonar el poder que le ha dado dinero y lujos antes inimaginables. La orden es emitida y llega la hora de reprimir a la multitud que grita obstinadamente ¡Venezuela! ¡Libertad!. A partir de ese momento, los represores se enfrentan con los fantasmas de la calle.

Una joven que reta al represor a bajarse de su tanqueta es el fantasma de la valiente mujer venezolana, libertaria que pare libertadores y que lucha por un país mejor para sus hijos nacidos o por nacer.

Un escudero con su protección de juguete es el fantasma del joven venezolano que se coloca en la línea de fuego para proteger  a sus padres, a sus abuelos, a sus hermanos que se encuentran en la retaguardia exigiendo libertad y justicia.

Un violinista que no para de tocar su instrumento es el fantasma de una multitud de jóvenes que saben que el arte, no la guerra, representa el verdadero futuro. Cuando le rompen el violín, este se multiplica y le llueven nuevos instrumentos musicales de paz. Cuando logran callar el himno, este comienza a resonar en otros instrumentos y en las gargantas del pueblo glorioso que el yugo lanzó.

Un médico que es lanzado al suelo es el fantasma de una multitud de profesionales de la salud que arranca de las garras de la muerte, labor no siempre exitosa, a los millones de  venezolanos que están expuestos a la falta de medicamentos y de alimentos y a las heridas de la guerra diaria en las calles. No sé si el represor sabe que esa misma bata blanca algún día lo salvará a él o a sus seres queridos. Los que ordenan la represión no tienen ese problema. Ellos van a las mejores clínicas del mundo o se refugian en la clínica particular de su amo antillano.

Un joven que se desnuda es el fantasma de los millones de venezolanos que estamos dispuestos a despojarnos de nuestros temores para recuperar la libertad secuestrada. También es el fantasma que atemoriza a los tiramos que han quedados desnudos frente a un mundo que solo espera su momento para cobrarles los delitos contra la humanidad.

Una señora que se enfrenta a la tanqueta es el fantasma de todos los adultos mayores que apoyamos a nuestros hijos y nietos para que tengan un futuro en libertad que sea aún mejor que nuestro pasado, no exento de problemas, pero en libertad.

Un niño que sale a las calles a protestar con su franela azul o beige es el fantasma del futuro, de quien quiere vivir en el país que no ha conocido y se le pretende negar, que solo necesita comer y aprender lo necesario, no para sobrevivir, sino para alimentar su cuerpo y su mente para poder reconstruir el país herido que recibirá como herencia.

Un comunicador que sale a hacer su trabajo vestido con pesadas armaduras y un diminuto micrófono es el fantasma de la libertad de expresión que se filtra a través de las prohibiciones y las amenazas para que el mundo sepa la verdad verdadera y no la inventada por quienes no tienen otra opción que decir mentiras cada vez más grandes y ridículas.

Un dirigente que es agredido es el fantasma del nuevo dirigente, el que esperábamos, el que se despoja de su color para adoptar los colores de la bandera, el que se pone delante de nosotros y de frente al opresor, mientras los dirigentes rojos sólo se atreven a ponerse en frente de una cámara, rodeados por cientos de guardaespaldas.

Cada compatriota que aún no se ha atrevido, o es indiferente,  es el fantasma del que se atreverá a engrosar la fila de los millones de venezolanos que hoy solo exigimos y gritamos ¡Libertad!

Hay un fantasma más. Cada venezolano que ha fallecido como consecuencia de las políticas o la represión del régimen, es el fantasma que pesará en la conciencia de los asesinos y de sus cómplices y son nuestro aliciente para recuperar la democracia y la libertad. Ese día llegará y sabremos perdonar a muchos de ellos a la vez que exigiremos justicia para quienes no merecen perdón. Todos sabemos quiénes son unos y otros.

A todos estos fantasmas se enfrentan los represores.  Después de cada batalla en la calle, ellos no tienen más remedio que enfrentarse a la batalla de su conciencia con sus fantasmas interiores.


domingo, 30 de abril de 2017

Francisco, ¿tú eres o te haces?


Sé que el título puede parecer irrespetuoso, pero créeme, no es mi intención. En primer lugar, tú mismo, con tu humildad característica, nos has dado licencia para llamarte por tu nombre en tono de camaradería, así como si fuésemos amigos de toda la vida. La segunda parte del título es una forma muy coloquial de preguntarme si estás realmente enterado de lo que pasa en Venezuela o tus declaraciones son parte de una estrategia deliberada. La razón me indica que el aparato de inteligencia del Vaticano tiene la capacidad de indagar mucho más abajo de la punta del iceberg reservada a la mayoría de los mortales, pero el corazón me señala que no estás bien informado, quien sabe por qué razones. Ese es otro iceberg más misterioso que el primero.

Yo no tengo problema en que te ubiques a la izquierda o te declares socialista. Colocarse al lado de los más necesitados, proclamar la justicia social, combatir la explotación del hombre por el hombre, son batallas que todos deberíamos apoyar, sin importar de qué lado se sitúen nuestros principios. Lo que sí es reprochable es que se usen esos argumentos para lograr los mismos, o peores resultados, que aquellos que se pretenden combatir.

Cuando alguien dice defender a los pobres solo para acostumbrarlos a comer de su mano; cuando se pretende combatir las injusticias sociales promoviendo el odio hacia un sector calificado como enemigo; cuando las armas para combatir la injusticia no son otras que la violencia y la mentira, entonces nos encontramos con un “socialismo” promotor de división, de guerra fratricida. Eso no es socialismo. Eso es criminal, independientemente del calificativo que se le asigne.

En Venezuela, Francisco, eso es lo que está pasando. Quiero refrescarte la frase de un paisano tuyo, el asesino en serie conocido como El Che Guevara, que representa la teoría, y lamentablemente la práctica del régimen que hoy oprime a Venezuela:

“El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.”

Esa frase es digna de ser analizada, Francisco, y permíteme traducirla a términos más prácticos. El odio ha sido, es y seguirá siendo efectivamente sembrado mientras tengan el poder de hacerlo. El enemigo es cualquiera de nosotros que no esté de acuerdo con el régimen, incluyendo a la mayoría de nuestros valientes sacerdotes. La máquina de matar  ha sido construida, está funcionando a la perfección, y es muy bien aceitada por el régimen. La representan las fuerzas armadas que deberían protegernos y los colectivos paramilitares que se han convertido en los sicarios del régimen. Nuestros soldados es el pueblo que está comiendo de sus manos porque no tiene otra alternativa. Ellos son en su mayoría víctimas inocentes que en el fondo preferirían construirse una dignidad propia y no la que les asigna el régimen. Triunfar, Francisco, significa mantener el poder, mantener los privilegios y hacerse de una patente de corso que los proteja de los crímenes que han cometido en nombre de ese odio asesino.

Quiero finalizar, Francisco, rogando porque al menos tú seas capaz de comprender lo que nos pasa en este sufrido país de libertadores que hoy espera ser liberado. Hasta ahora me parece que no has comprendido y me resisto a unirme al coro cada vez mayor de voces que te ubican como parte del problema. El día que me des una señal clara de que entiendes, me daré por satisfecho.


Amén