Hace 9 años publiqué el artículo que reproduzco a continuación, donde transcribo
las ideas de quien hoy es amo y señor de nuestro país. Hoy, sólo le cambiaría
una palabra: usaría “deber” en lugar de “derecho”.
El derecho a la rebelión
Gustavo Yepes
Agosto 11, 2007
Corría el año 1953, cuando un joven abogado fue sometido a la justicia
de su país por un acto de rebelión del que fue cabecilla. Durante el juicio que
le siguieron, el joven asumió su autodefensa, y su alegato, hecho de forma
improvisada, es recogido en un documento titulado "La historia me
absolverá”. Al ordenar posteriormente su publicación, el autor señala a sus
"compañeros de lucha" lo siguiente: "La importancia del
documento es decisiva; ahí está contenido el programa de la ideología nuestra,
sin la cual no es posible pensar en nada grande"
Hoy en día, el otrora joven
abogado se encuentra en las postrimerías de su vida, después de tiranizar a su
pueblo durante medio siglo. Me permito a continuación reproducir un fragmento
de este documento, el cual contiene las ideas de Fidel Castro Ruz, su autor,
acerca del derecho que tienen los
pueblos a la rebelión bajo ciertas circunstancias. Este fragmento no tiene
desperdicio y su vigencia, 54 años después, es incuestionable.
La historia me absolverá
Fidel Castro Ruz
… El derecho de rebelión contra
el despotismo, señores magistrados, ha sido reconocido, desde la más lejana
antigüedad hasta el presente, por hombres de todas las doctrinas, de todas las
ideas y todas las creencias.
En las monarquías teocráticas de
las más remota antigüedad china, era prácticamente un principio constitucional
que cuando el rey gobernase torpe y despóticamente, fuese depuesto y
reemplazado por un príncipe virtuoso.
Los pensadores de la antigua
India ampararon la resistencia activa frente a las arbitrariedades de la
autoridad. Justificaron la revolución y llevaron muchas veces sus teorías a la
práctica. Uno de sus guías espirituales decía que "una opinión sostenida
por muchos es más fuerte que el mismo rey. La soga tejida por muchas fibras es
suficiente para arrastrar a un león."
Las ciudades estados de Grecia y
la República Romana, no sólo admitían sino que apologizaban la muerte violenta
de los tiranos.
En la Edad Media, Juan de
Salisbury en su Libro de hombre de Estado, dice que cuando un príncipe no
gobierna con arreglo a derecho y degenera en tirano, es lícita y está
justificada su deposición violenta. Recomienda que contra el tirano se use el
puñal aunque no el veneno.
Santo Tomás de Aquino, en la
Summa Theologíca, rechazó la doctrina del tiranicidio, pero sostuvo, sin
embargo, la tesis de que los tiranos debían ser depuestos por el pueblo.
Martín Lutero proclamó que cuando
un gobierno degenera en tirano vulnerando las leyes, los súbditos quedaban
librados del deber de obediencia. Su discípulo Felipe Melanchton sostiene el
derecho de resistencia cuando los gobiernos se convierten en tirano. Calvino,
el pensador más notable de la Reforma desde el punto de vista de las ideas
políticas, postula que el pueblo tiene derecho a tomar las armas para oponerse
a cualquier usurpación.
Nada menos que un jesuita español
de la época de Felipe II, Juan Mariana, en su libro De Rege et Regis
Institutione, afirma que cuando el gobernante usurpa el poder, o cuando,
elegido, rige la vida pública de manera tiránica, es lícito el asesinato por un
simple particular, directamente, o valiéndose del engaño, con el menor
disturbio posible.
El escritor francés Francisco
Hotman sostuvo que entre gobernantes y súbditos existe el vínculo de un contrato,
y que el pueblo puede alzarse en rebelión frente a la tiranía de los gobiernos
cuando éstos violan aquel pacto.
Por esa misma época aparece
también un folleto que fue muy leído, titulado Vindiciae Contra Tyrannos,
firmado bajo el seudónimo de Stephanus Junius Brutus, donde se proclama
abiertamente que es legítima la resistencia a los gobiernos cuando oprimen al
pueblo y que era deber de los magistrados honorables encabezar la lucha.
Los reformadores escoceses Juan
Knox y Juan Poynet sostuvieron este mismo punto de vista, y en el libro más
importante de ese movimiento, escrito por Jorge Buchnam, se dice que si el
gobierno logra el poder sin contar con el consentimiento del pueblo o rige los
destinos de éste de una manera injusta y arbitraria, se convierte en tirano y
puede ser destituido o privado de la vida en el último caso.
Juan Altusio, jurista alemán de
principios del siglo XVII, en su Tratado de política, dice que la soberanía en
cuanto autoridad suprema del Estado nace del concurso voluntario de todos sus
miembros; que la autoridad suprema del Estado nace del concurso voluntario del
gobierno arranca del pueblo y que su ejercicio injusto, extralegal o tiránico
exime al pueblo del deber de obediencia y justifica la resistencia y la
rebelión.
Hasta aquí, señores magistrados,
he mencionado ejemplos de la Antigüedad, la Edad Media y de los primeros
tiempos de la Edad Moderna: escritores de todas las ideas y todas las
creencias. Más, como veréis, este derecho está en la raíz misma de nuestra
existencia política, gracias a él vosotros podéis vestir hoy esas togas de
magistrados cubanos que ojalá fueran para la justicia…
… El derecho de insurrección
contra la tiranía recibió entonces su consagración definitiva y se convirtió en
postulado esencial de la libertad política.
Ya en 1649 Juan Milton escribe
que el poder político reside en el pueblo, quien puede nombrar y destituir
reyes, y tiene el deber de separar a los tiranos.
Juan Locke en su Tratado de
gobierno sostiene que cuando se violan los derechos naturales del hombre, el
pueblo tiene el derecho y el deber de suprimir o cambiar de gobierno. "El
único remedio contra la fuerza sin autoridad está en oponerle la fuerza."
Juan Jacobo Rousseau dice con
mucha elocuencia en su Contrato Social: "Mientras un pueblo se ve forzado
a obedecer y obedece, hace bien; tan pronto como puede sacudir el yugo y lo
sacude, hace mejor, recuperando su libertad por el mismo derecho que se la han
quitado." …
…Thomas Paine dijo que "un
hombre justo es más digno de respeto que un rufián coronado".
Sólo escritores reaccionarios se
opusieron a este derecho de los pueblos, como aquel clérigo de Virginia,
Jonathan Boucher, quien dijo que "El derecho a la revolución era una
doctrina condenable derivada de Lucifer, el padre de las rebeliones".
La Declaración de Independencia
del Congreso de Filadelfia el 4 de julio de 1776, consagró este derecho en un
hermoso párrafo que dice: "Sostenemos como verdades evidentes que todos
los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su Creador ciertos derechos
inalienables entre los cuales se cuentan la vida, la libertad y la consecución
de la felicidad; que para asegurar estos derechos se instituyen entre los
hombres gobiernos cuyos justos poderes derivan del consentimiento de los gobernados;
que siempre que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines, al pueblo
tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se
funde en dichos principios y organice sus poderes en la forma que a su juicio
garantice mejor su seguridad y felicidad."
La famosa Declaración Francesa de
los Derechos del Hombre legó a las generaciones venideras este principio:
"Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para
éste el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes."
"Cuando una persona se apodera de la soberanía debe ser condenada a muerte
por los hombres libres."