lunes, 28 de noviembre de 2016

Cómo recordaré a Fidel

Gustavo Yepes

Ya su alma fue juzgada y está donde debe estar. Ahora le tocará el juicio de la historia, el de su pueblo, el de sus amigos y adversarios, el de sus víctimas. Sólo se salvó del juicio de los tribunales. Yo no soy quién para juzgar a ningún ser humano, pero eso no impide que tenga recuerdos de todos los que han tenido alguna influencia sobre mí y él no ha sido la excepción.

Hay quienes dicen que amó a su pueblo. Yo lo recordaré como un dictador que asesinó a miles, envió al exilio a cientos de miles, y oprimió a millones de sus compatriotas. También recordaré a muchos de los que él decía amar huyendo de la isla en precarias balsas y ofrendando sus vidas por escapar de algo que, definitivamente, no era amor. Concibo el amor como el sentimiento más sublime, incompatible con un ser cuyas manos están manchadas de tanta sangre.

Algunos lo recuerdan por haber sido buen amigo. Yo lo recordaré como una persona que consideraba “amigo” sólo a quien comulgaba con sus ideas, llegando al extremo de enviar a la cárcel, al paredón o al exilio a un buen número de quienes antes fueron sus amigos.

Otros lo alaban porque era capaz de hablar sin guión por largos períodos de tiempo. Yo lo recordaré como una persona que habló miles y miles de horas del mismo tema ante una audiencia que, en muchos casos, no tenía más remedio que estar presente, escuchándolo, para poder subsistir.

Aquellos que lo conocieron dicen que leía mucho y era muy instruido. Yo lo recordaré como alguien que coartó toda posibilidad de que su pueblo accediera al conocimiento universal en aras de un pensamiento único que lo mantuviera por siempre en el poder.  

Algunos lo recuerdan por que no se le escapaba nada de lo que pasaba en la isla. Yo lo recordaré como el creador de un sistema de inteligencia, del cual forman parte los infames CDR, que se encarga de espiar a la familia, a los amigos, a los vecinos, para que el gran jefe sepa todo lo que está pasando y pueda tomar cartas en el asunto.

Muchos afirman que libró de forma valiente una solitaria lucha contra “el imperio”. Yo lo recordaré como un tirano que sacrificó la felicidad de su pueblo por esa lucha, en un mundo en el cual, cada vez más, todos dependemos de todos y nos hace falta más unión y menos guerras.

La mayoría coincide en que su nombre y su legado pasarán a la historia. Yo coincido con ellos y tendré presente su imagen  en la galería de los grandes asesinos que ha conocido la humanidad.


Los que hoy nos oprimen lo recuerdan como un padre. Yo lo recordaré como un tirano que se va a la tumba después de cumplir uno de sus grandes sueños, como era ponerle las manos a la joya más preciada de la corona: nuestra querida Venezuela. 

Está en nuestras manos lograr que eso se revierta.