Los venezolanos de bien estamos viviendo momentos cruciales, donde se mezclan la incertidumbre, la rabia contenida, la esperanza y, sobre todo, la certeza de que el cambio está más cerca que nunca.
El análisis frío de lo que ha venido haciendo la
administración Trump revela algo que ya muchos intuíamos: no se trata de gestos
aislados, sino de una estrategia que, paso a paso, ha ido allanando el camino,
derribando barreras, sumando aliados y dejando sin aire a quienes se empeñan en
sostener lo insostenible. Nada de esto es un juego. Basta con saber leer las
señales y ver las evidencias,
La transición está en marcha, aunque no se vea en la
superficie con la claridad que quisiéramos. Y es aquí donde recae nuestra mayor
responsabilidad: mantenernos alertas, unidos, cuidándonos entre nosotros,
resistiendo con inteligencia y preparándonos para lo que viene.
Seguimos esperando que esta transición sea pacífica. Ese es
el deseo de un país entero, y sería el mejor escenario para que la
reconstrucción empiece sin más heridas. Pero no nos engañemos: la paz no
depende solo de nosotros, sino de la manera en que los usurpadores decidan
aferrarse o soltar el poder.
Por eso este no es momento de distracción ni de
desesperanza. Es momento de fe, de resistencia serena, de confianza en que lo
inevitable está por ocurrir.
El amanecer de Venezuela ya está escrito; lo único que falta
es el instante en que la historia decida mostrarlo.
Con la confianza puesta en Dios que la libertad está cerca aunque no podamos verla, San Miguel arcángel defiende nos en esta batalla que no es contra hombres sino una batalla espiritual.
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