Sé que el título puede parecer
irrespetuoso, pero créeme, no es mi intención. En primer lugar, tú mismo, con tu
humildad característica, nos has dado licencia para llamarte por tu nombre en
tono de camaradería, así como si fuésemos amigos de toda la vida. La segunda parte
del título es una forma muy coloquial de preguntarme si estás realmente
enterado de lo que pasa en Venezuela o tus declaraciones son parte de una
estrategia deliberada. La razón me indica que el aparato de inteligencia del
Vaticano tiene la capacidad de indagar mucho más abajo de la punta del iceberg
reservada a la mayoría de los mortales, pero el corazón me señala que no estás
bien informado, quien sabe por qué razones. Ese es otro iceberg más misterioso
que el primero.
Yo no tengo
problema en que te ubiques a la izquierda o te declares socialista. Colocarse al
lado de los más necesitados, proclamar la justicia social, combatir la
explotación del hombre por el hombre, son batallas que todos deberíamos apoyar,
sin importar de qué lado se sitúen nuestros principios. Lo que sí es reprochable
es que se usen esos argumentos para lograr los mismos, o peores resultados, que
aquellos que se pretenden combatir.
Cuando
alguien dice defender a los pobres solo para acostumbrarlos a comer de su mano;
cuando se pretende combatir las injusticias sociales promoviendo el odio hacia
un sector calificado como enemigo;
cuando las armas para combatir la injusticia no son otras que la violencia y la
mentira, entonces nos encontramos con un “socialismo” promotor de división, de
guerra fratricida. Eso no es socialismo. Eso es criminal, independientemente
del calificativo que se le asigne.
En
Venezuela, Francisco, eso es lo que está pasando. Quiero refrescarte la frase
de un paisano tuyo, el asesino en serie conocido como El Che Guevara, que
representa la teoría, y lamentablemente la práctica del régimen que hoy oprime
a Venezuela:
“El odio como factor
de lucha, el odio intransigente al enemigo,
que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo
convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros
soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo
brutal.”
Esa frase es digna de ser analizada, Francisco, y
permíteme traducirla a términos más prácticos. El odio ha sido,
es y seguirá siendo efectivamente sembrado mientras tengan el poder de hacerlo.
El enemigo es
cualquiera de nosotros que no esté de acuerdo con el régimen, incluyendo a la
mayoría de nuestros valientes sacerdotes. La máquina de matar ha sido construida, está funcionando a la
perfección, y es muy bien aceitada por el régimen. La representan las fuerzas
armadas que deberían protegernos y los colectivos paramilitares que se han
convertido en los sicarios del régimen. Nuestros soldados es el pueblo
que está comiendo de sus manos porque no tiene otra alternativa. Ellos son en
su mayoría víctimas inocentes que en el fondo preferirían construirse una
dignidad propia y no la que les asigna el régimen. Triunfar,
Francisco, significa mantener el poder, mantener los privilegios y hacerse de
una patente de corso que los proteja de los crímenes que han cometido en nombre
de ese odio asesino.
Quiero finalizar, Francisco, rogando porque al
menos tú seas capaz de comprender lo que nos pasa en este sufrido país de libertadores
que hoy espera ser liberado. Hasta ahora me parece que no has comprendido y me
resisto a unirme al coro cada vez mayor de voces que te ubican como parte del problema.
El día que me des una señal clara de que entiendes, me daré por satisfecho.
Amén
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