"El mundo no será destruido por lo que hacen el mal,
sino por aquellos que nada más se quedan mirando"
Albert Einstein
Hace pocos
días la Asamblea Nacional aprobó una exhortación al Ejecutivo, al TSJ y al CNE,
exigiéndoles que cumplan la tan vapuleada constitución. Esta exhortación fue
enviada a las embajadas de todos los países y a los organismos multilaterales,
para que la comunidad internacional escuche la voz democrática más autorizada y
sepa, aunque ya lo saben, que en Venezuela no hay democracia.
Algunas
personas me han manifestado que la comunidad internacional no ha reaccionado
ante este importante documento. Yo les comento que ella tradicionalmente ha
sufrido de un problema neurológico: su reacción ante el estímulo es muy tardía,
tanto que a veces esa reacción ocurre después que el paciente falleció. En esos
casos, generalmente hay declaraciones tardías y discursos apasionados para que
“cosas como esas no vuelvan a suceder”. Y cosas como esas vuelven a suceder,
inexorablemente.
En el caso
de Venezuela, al problema neurológico citado se une el hecho de que muchos
gobernantes se han convertido, conscientemente y sin excusas posibles, en
“petrocómplices” de nuestra desgracia. Ellos esconden la cabeza como el
avestruz mientras el chorro de petróleo los siga salpicando. Les voy a recordar
a esos personajes, ellos ya lo saben, en lo que los sinvergüenzas que nos gobiernan
han convertido a Venezuela durante los últimos 17 años.
Somos un
país donde se aplica una constitución que fue rechazada por el pueblo y se
acusa de traidores y criminales a quienes piden que se aplique la constitución
vigente. Un país que ha destruido el aparato productivo y se amenaza y persigue
a quien intenta producir. Un país cuyos gobernantes se dicen socialistas y han
promovido la explotación del pobre por el pobre dentro de un esquema del más
salvaje capitalismo; que afirman que podemos alimentar a tres países y son
incapaces de alimentar al suyo; que dicen representar al pueblo y desconocen la
voz del pueblo fuertemente expresada el 6 de diciembre. Un país en el cual las
“zonas de paz” decretadas por el régimen se convierten automáticamente en las
zonas más peligrosas para el ciudadano común; done se vocifera haber humanizado
las cárceles y las han convertido en los centros de comando del delito
organizado; donde ver a un policía o a un militar uniformado produce temor en
lugar de tranquilidad. Un país que ha reeditado los principios goebbelianos del
nazismo en su versión moderna y mejorada. Un país cuyos gobernantes exigen a
las madres la partida de nacimiento de sus hijos para venderles un poquito de
leche y unos cuantos pañales y no muestran una partida de nacimiento y una de
defunción que podrían desenmascarar una de las más grandes estafas en la
historia de la humanidad. Un país donde cada vez es más frecuente que los
padres entierren a sus hijos; cuyos ciudadanos se alegran cuando consiguen unos
granos de arroz, un poquito de leche, o un rollo de papel higiénico, y se
alegran aún más cuando son víctimas del hampa y viven para contarlo; donde cada
ciudadano tiene su propia historia que contar acerca de la inseguridad, a cual
más trágica. Un país cuyos gobernantes han sido salpicados por la corrupción
extrema y el narcotráfico y usan nuestro dinero, el que nos hace falta para
sobrevivir, para defender a esos rufianes de cuello rojo y verde oliva. Un país
donde aquellos que han obtenido una vivienda a cambio de lealtad son obligados
a marchar para exigir que no les otorguen el título de propiedad de sus
viviendas. Un país donde los ciudadanos entran a una panadería a preguntar si
hay pan, a una carnicería a preguntar si hay carne, a una tienda de repuestos a
preguntar si hay repuestos, a una farmacia a preguntar si hay medicamentos. Un
país que rechaza la ayuda humanitaria que los ciudadanos necesitamos con
urgencia, que objeta cualquier pronunciamiento distinto a la sumisión e insulta
a quien se atreva a hablar, que tortura a sus jóvenes y persigue al que piensa
distinto. Un país seco y oscuro gracias a la eficiente labor de quienes fueron
designados para lograr ese perverso objetivo. Un país, en fin, en el cual
vivir, o más bien sobrevivir, se ha convertido en una aventura extrema.
Todo esto
sucede, de esto no tengo duda, porque así fue planificado y escrupulosamente
ejecutado durante estos 17 años. Y todo ha sucedido bajo la mirada encubridora,
y algunas veces con el decidido apoyo de los “petrocómplices”.
Es obvio
que la solución de nuestros problemas está en nuestras manos. Nadie desea una
intervención armada como ridículamente nos quieren hacer creer. Pero la
comunidad internacional tiene un deber que cumplir, porque así lo asumió al
suscribir la Declaración Universal de los Derechos Humanos y documentos tan
importantes en su letra y tan inoperantes en la práctica como la Carta
Democrática de la OEA o la cláusula democrática de UNASUR, las cuales sólo han
servido para defender a los miembros del Club de Presidentes, y no a los
pueblos que sufren de regímenes que, definitivamente, no son democráticos. La
comunidad internacional tiene que ser importante, porque de no ser así, el
régimen venezolano no hubiera dedicado tanto esfuerzo y tantos petrodólares
para comprar la conciencia de tantos gobernantes.
Los
venezolanos nunca olvidaremos quienes son los culpables y quienes son los
cómplices. Allá ellos con sus conciencias. Nosotros resolveremos nuestros
problemas y la historia, cuando no los tribunales, juzgará a quien tenga que
juzgar.
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