Aún no conocemos todos los detalles. Aún no hay una versión oficial, aunque sabemos que vendrán las mentiras, las tergiversaciones y los intentos de minimizar lo ocurrido. Pero hoy, lo cierto es que Venezuela ha despertado con una noticia que parecía imposible: los rehenes políticos que permanecían secuestrados en la embajada de Argentina en Caracas han sido liberados.
La sede diplomática estaba rodeada, sitiada, vigilada milimétricamente por cuerpos de seguridad del régimen. Cualquiera hubiera apostado que escapar de allí era inviable. Y, sin embargo, ocurrió. Porque cuando la dignidad se organiza y la libertad se abre paso, no hay cerco que la detenga.
Este no es solo un hecho político. Es un símbolo. Un grito de esperanza en medio del desánimo. Una señal para quienes dentro y fuera del país se sienten agobiados por la represión, el miedo o el cansancio. Un recordatorio de que lo imposible puede suceder... y sucede.
Mi admiración profunda por esos valientes, que resistieron meses bajo presión brutal, sin ceder, sin negociar su dignidad, sin traicionar sus principios. Salen hoy con la frente en alto, convertidos en ejemplo para millones.
Y mi reconocimiento también a quienes, en silencio, planearon y ejecutaron esta acción. A quienes confiaron. A quienes se arriesgaron. A quienes no se resignaron.
Esta liberación es también una bocanada de oxígeno para el trabajo incansable de María Corina Machado y Edmundo González. A ellos les debemos el renacer de esta esperanza colectiva. Ellos siguen allí, firmes, guiando este proceso que avanza, a veces invisible, pero imparable.
La libertad está cerca. Hoy lo sabemos con más certeza que nunca.
Sigamos. No es tiempo de dudar. Es tiempo de creer.