Gustavo Yepes
Ya su alma fue juzgada y está donde debe estar. Ahora le tocará el
juicio de la historia, el de su pueblo, el de sus amigos y adversarios, el de
sus víctimas. Sólo se salvó del juicio de los tribunales. Yo no soy quién para
juzgar a ningún ser humano, pero eso no impide que tenga recuerdos de todos los
que han tenido alguna influencia sobre mí y él no ha sido la excepción.
Hay quienes dicen que amó a su pueblo. Yo lo recordaré como un dictador
que asesinó a miles, envió al exilio a cientos de miles, y oprimió a millones de
sus compatriotas. También recordaré a muchos de los que él decía amar huyendo
de la isla en precarias balsas y ofrendando sus vidas por escapar de algo que,
definitivamente, no era amor. Concibo el amor como el sentimiento más sublime,
incompatible con un ser cuyas manos están manchadas de tanta sangre.
Algunos lo recuerdan por haber sido buen amigo. Yo lo recordaré como una
persona que consideraba “amigo” sólo a quien comulgaba con sus ideas, llegando
al extremo de enviar a la cárcel, al paredón o al exilio a un buen número de quienes
antes fueron sus amigos.
Otros lo alaban porque era capaz de hablar sin guión por largos períodos
de tiempo. Yo lo recordaré como una persona que habló miles y miles de horas
del mismo tema ante una audiencia que, en muchos casos, no tenía más remedio
que estar presente, escuchándolo, para poder subsistir.
Aquellos que lo conocieron dicen que leía mucho y era muy instruido. Yo
lo recordaré como alguien que coartó toda posibilidad de que su pueblo
accediera al conocimiento universal en aras de un pensamiento único que lo
mantuviera por siempre en el poder.
Algunos lo recuerdan por que no se le escapaba nada de lo que pasaba en la isla. Yo lo recordaré
como el creador de un sistema de inteligencia, del cual forman parte los
infames CDR, que se encarga de espiar a la familia, a los amigos, a los vecinos,
para que el gran jefe sepa todo lo que está pasando y pueda tomar cartas en el
asunto.
Muchos afirman que libró de forma valiente una solitaria lucha contra “el
imperio”. Yo lo recordaré como un tirano que sacrificó la felicidad de su
pueblo por esa lucha, en un mundo en el cual, cada vez más, todos dependemos de
todos y nos hace falta más unión y menos guerras.
La mayoría coincide en que su nombre y su legado pasarán a la historia. Yo
coincido con ellos y tendré presente su imagen en la galería de los grandes asesinos que ha
conocido la humanidad.
Los que hoy nos oprimen lo recuerdan como un padre. Yo lo recordaré como
un tirano que se va a la tumba después de cumplir uno de sus grandes sueños,
como era ponerle las manos a la joya más preciada de la corona: nuestra querida
Venezuela.
Está en nuestras manos lograr que eso se revierta.