sábado, 13 de diciembre de 2025

Ingeniería de paz: método, coraje y cuidado

Cuando miramos esta semana con calma —más allá del ruido, del traslado heroico y de los titulares— descubrimos algo simple y hondo: en Venezuela la paz no es una palabra bonita, es un acto moral que se organiza. Y, al mirarla desde el ser de María Corina, aparecen lecciones que nos tocan, aunque muchos no hayan pisado nunca nuestro país.

Primera lección. La dictadura venezolana es criminal —y esa palabra se queda corta—. Lo es por sus métodos y por su desprecio activo de la vida. La historia tendrá la última palabra y juzgará a todos, dentro y fuera: a quienes eligieron mirar a un costado, a quienes justificaron lo injustificable y a quienes, con poder para ayudar, prefirieron la comodidad de la equidistancia. Podemos comprender el cálculo político de algunos líderes internacionales; no podemos justificarlo. El daño humano no admite adornos.

Segunda lección. El “diálogo” no es una herramienta mágica cuando enfrente hay dictaduras que solo reconocen el poder por el poder. Podemos ofrecer razones, garantías y vías institucionales; ellos responden con dilación, mentira y violencia. No negociamos la verdad ni la dignidad. Las sostenemos y las probamos. Eso hicimos: documentar, formar, resistir sin odio y con paciencia, hasta que la realidad se impone.

Tercera lección. El Nobel no recae solo en una persona; reconoce una gesta. Por eso María Corina no habla por sí misma: habla en plural, por un movimiento y por un pueblo. Esta semana lo vimos en Ana Corina. Sin saber dónde ni cómo estaba su madre, se plantó con serenidad, inteligencia y estudio, y nos habló a todos. No hubo improvisación: hubo previsión estratégica, entrenamiento, templanza. En su voz, vimos y oímos a su madre; y, a través de ella, a una generación que ya está lista para tomar responsabilidades sin estridencias.

Cuarta lección. El sacrificio es real y tiene rostro familiar. Lo que ha entregado María Corina de su vida privada es la misma ofrenda de millones de hogares rotos por la diáspora. Casi nadie en Venezuela tiene su familia completa y en paz. Por eso nuestro mensaje no termina en números ni en cargos: termina en un abrazo pendiente. La política, entendida como cuidado concreto, es volver a reunir a los nuestros, sanar rencores, poner a salvo a los niños y a los mayores. La ingeniería de la paz empieza por ahí.

Quinta lección. Ciertos progresismos que aplaudieron o relativizaron al régimen recibieron un revés moral. Intentarán taparlo con sus dos armas tradicionales, mentira y violencia, pero algo cambió: millones hemos visto que la verdad se puede organizar. Y cuando la verdad se organiza —con testigos, con actas, con calma— deja sin coartadas a los tibios y sin terreno a los violentos.

Sexta lección. El gentilicio venezolano no es una consigna; es una ética. No somos perfectos, pero somos muchos más los que cuidamos, trabajamos, estudiamos y ayudamos, dentro y fuera del país. Esta semana lo recordamos: venezolanos anónimos que hospedan, que traducen, que rezan, que reúnen recursos, que arriesgan su nombre y su cuerpo para que otro llegue. Esa red tejida en silencio es el verdadero músculo de nuestra esperanza.

Séptima lección. Hay un nuevo liderazgo. No grita, no busca reflectores, no trafica con derrotas ajenas. Se organiza, delega, corrige; entiende que la paz exige método. Los liderazgos que cumplieron su ciclo pueden y deben dar un paso al costado, sin resentimiento, para apoyar donde sean llamados. La reconstrucción de Venezuela necesitará manos, no egos.

Octava lección. María Corina dio, además, un golpe de realidad a cierto feminismo estridente que confunde consigna con servicio. La femineidad que vimos no se anuncia: se ejerce. Es la que cuida, sostiene, repara; la que pone orden en medio del caos sin humillar a nadie; la que entiende que la fortaleza puede hablar en voz baja y que la paz no es claudicación, sino firmeza al servicio del bien.

Novena lección. Solos no podemos. Hemos hecho lo que podíamos frente a una tiranía sostenida por alianzas oscuras. El mundo democrático debe asumir que la indiferencia también toma partido. Se necesita una conciencia global, sostenida y coordinada, para sacar a los intrusos del poder, con el mínimo de daño posible y con justicia para los culpables por acción u omisión. La paz verdadera se escribe con verdad, con reparación y con garantías para que nadie vuelva a pisar a nadie.

Y, por último, una lección íntima: lo que conmueve de María Corina no es la épica, es la coherencia. Sostener una sola línea durante años, cuando convenía y cuando no; elegir el “nosotros” por encima del “yo”; estudiar, prepararse, delegar, prever; cuidar la palabra y los gestos; hablar de fe, de conciencia y de responsabilidad sin cinismo; entender que el poder solo tiene sentido si sirve para reunir a las familias y para devolverle a cada persona el gobierno de su propia vida. Eso es liderar: convertir el dolor en compromiso y el compromiso en hechos medibles.

Si sientes que algo de todo esto te toca, entonces ya formas parte: te toca a ti también elegir la verdad, sostener al que cae, exigir justicia sin venganza, apostar por el reencuentro. La paz es tarea. Y hoy sabemos —porque lo hemos visto— que, cuando se organiza, avanza.

domingo, 26 de octubre de 2025

La fuerza tranquila que forma líderes

 Corina Parisca: del “nosotros” del hogar al liderazgo que reunifica una nación


A veces una vida se resume en tres gestos: templanza, servicio y el “nosotros” por delante del “yo”. Así es Corina Parisca de Machado: psicóloga, mujer de deporte, madre que educó con firmeza serena y amor por Venezuela. Ese triángulo —carácter, disciplina y país— ayuda a entender por qué María Corina Machado es quien es.

En su célebre conversación con Sofía Ímber, Corina deja ver su brújula: trato correcto, buen gusto sin ostentación y una idea sencilla del liderazgo femenino de este siglo—presencia, constancia y voz propia. No lo pregonó con consignas; lo convirtió en hábitos: estudiar, trabajar, hablar claro y sostener proyectos útiles, siempre pensando en plural. Ese tono—firme y sobrio—es el que su hija llevó al espacio público.

Hay, además, una escuela silenciosa en su historia: el tenis. De joven, Corina encontró en la cancha una maestra para la vida. Tres aprendizajes destacan:

  • Autocontrol y pausa entre puntos. Erras, respiras, reinicias. En casa, se traduce en conversar sin gritos, corregir sin humillar y volver al plan.
  • Anticipación. Antes del golpe, los pies. Observar, colocarse bien, elegir el tiro. Así enseñó a mirar el país: escuchar primero y actuar con sentido.
  • Resiliencia de partido largo. Sin atajos. Constancia, paciencia y foco. Ese pulso está en la consigna que su hija encarna hoy: reunificar la familia para reunificar la nación.

El corazón de su legado es el “nosotros”. Cuando madre e hija impulsaron iniciativas sociales, no lo hicieron a punta de declaraciones; bajaron al terreno, ordenaron tareas, midieron resultados sencillos y ajustaron lo que hiciera falta. Ese modo de trabajar—práctico y con los pies en la tierra—marcó a María Corina mucho antes de su exposición política.

También hay una fortaleza interior que no hace ruido. En momentos duros, Corina eligió la entereza por encima del estruendo. Sin victimismo, sí con honestidad: reconocer la angustia y sostener. Es la vara con la que educó: alta, pero humana. Acompañar, preguntar, corregir y volver a apoyar.

Esa raíz explica otro rasgo decisivo en su hija: poner la familia en el centro. No como postal, sino como punto de partida. Primero reparamos los vínculos—la mesa, la casa, el barrio—y desde ahí reconstruimos la República. Es profundamente político porque es profundamente humano. Y nace en hogares como el de Corina, donde la vida diaria es escuela de ciudadanía.

Si tuviera que nombrar tres herencias de madre a hija, diría:

  1. Carácter: deporte y estudio como gimnasia del autocontrol y la excelencia.
  2. Trabajo útil: proyectos que se hacen, se revisan y se mejoran.
  3. Comunidad: el “nosotros” por delante, incluso cuando duele.

María Corina no surge de un vacío. Es fruto de una familia que enseñó valores practicables: decir la verdad sin gritar, trabajar sin posar, servir sin esperar aplausos. Cuando habla Corina Parisca, aparece una Venezuela reconocible: exigente, decente, solidaria. Y cuando actúa su hija, esa educación se hace pública. En tiempos de estridencia, la mezcla de templanza y compromiso que viene de su madre explica por qué tantos se reconocen en ella. La raíz estaba ahí: una casa donde reunificar a la familia no es eslogan, sino el primer paso para reunificar un país.

Principio del formulario

jueves, 11 de septiembre de 2025

Talento hay. Lo que falta es una FVF a su altura

 

Maturín a reventar, dos veces arriba, y el 6–3 que dolió más por lo que prometía que por lo que fue. Si estabas en el estadio —o frente a la pantalla— sentiste las dos cosas a la vez: orgullo porque esta Vinotinto ya le compite a cualquiera, y rabia porque, cuando tocaba cerrar, el piso se abrió. La tesis cabe en una línea: no nos falta fútbol; nos falta protección institucional para que el fútbol florezca. El chivo expiatorio fácil es el banquillo. El responsable real está arriba.

Primero, lo justo: a los jugadores, gracias. A una generación que se despide con deuda mundialista —Rincón, Rondón y compañía—, respeto y gratitud. Sostuvieron la fe cuando casi nadie apostaba. A la camada intermedia y a los más jóvenes, que ya mostraron jerarquía en Copa América y convirtieron Maturín en fortín durante buena parte de la eliminatoria, toca decirles: sí, están para más. El techo no lo marca su talento, lo marcan las condiciones que les rodean.

Ahora, lo incómodo: no son ellos ni fue Batista. ¿Hubo fallas en la cancha? Sí: gestión de «ventanas críticas» tras gol propio o ajeno, plan visitante poco transferible, toma de decisiones cuando el partido se incendia. Todo eso se entrena. Y, aun así, bajo Batista el equipo ganó identidad, compitió a nivel torneo y se hizo fuerte en casa. Despedir al técnico puede tener razones deportivas; convertirlo en culpable único es esconder la basura bajo la alfombra.

Los hechos que no conviene olvidar:

  • Un seleccionador renunció tras más de un año sin cobrar. No es “un detalle administrativo”: es una señal de sistema. Impago significa desconfianza, parálisis, tiempo tirado.
  • Otro técnico de élite salió entre fricciones contractuales y la federación acabó perdiendo en instancias internacionales, con un pago millonario que no fue a juveniles, logística o infraestructura.
  • Un ex alto cargo federativo fue inhabilitado por la justicia deportiva. Golpe a la reputación, a la credibilidad y, por tanto, al clima que necesita un vestuario.
  • La cúpula federativa convive con roles partidistas y vínculos políticos explícitos. La FIFA exige independencia de terceros; aquí la línea entre deporte y poder se ha difuminado, y esa ambigüedad contamina.
  • El vaivén de patrocinios históricos (rupturas, regresos, nuevas alianzas) habla de una dependencia volátil, a veces más cercana a la coyuntura que a una estrategia profesional sostenida.

Todo eso no mete ni saca goles directamente, pero carga la mochila. Se traduce en ruido, en negociaciones eternas, en promesas incumplidas, en staff que entra y sale, en mensajes contradictorios, en un equipo que llega a la línea final con más desgaste mental del que admite el marcador. Y cuando la noche se anuncia como «histórica», la mente hace lo suyo: te acelera, te rigidiza, te empuja a resolver solo, a descoser la estructura que te trajo hasta ahí. Sucede. Si alrededor hubiera calma, procesos y reglas, la caída no sería en picada.

La diferencia entre casa y afuera t.ambién pasa por ahí. En Maturín te lleva la ola, se multiplica la confianza y el plan luce. Fuera, con viaje, altura y hostilidad, emerge la ansiedad del «no podemos fallar». Eso se corrige con entrenamiento específico —protocolos de cinco minutos tras cada golpe, liderazgo de campo claro, balón parado como seguro—, pero solo prende si el proyecto está blindado desde arriba.

La solución no es mágica ni épica; es institucional. Tres pasos, sin fuegos artificiales:

  1. Despolitizar y profesionalizar la FVF. Incompatibilidades reales para cargos partidistas en puestos clave. Comités independientes de ética, auditoría y licitaciones. Elecciones limpias y reglas públicas. Presupuestos y contratos a la vista. Pagos a tiempo. Un fondo de contingencia para selecciones que no dependa del humor de la coyuntura.
  2. Proyecto deportivo de ciclo completo. Un seleccionador con hoja de ruta y métricas claras —traslado de la identidad casa/afuera, gestión de momentos, balón parado— y amistosos con propósito: altura, hostilidad, logística similar a eliminatorias. Menos “taquilla”, más preparación. Puentes formales con la Liga FUTVE y con el exterior para que la base crezca en ritmo e intensidad.
  3. Psicología como sistema, no como parche. Trabajo emocional permanente: regulación en partidos «de vida o muerte», protocolos de crisis personales que protejan al grupo, roles de voz definidos para encender o enfriar según el guion del juego. Esto no es «motivación de charla». Es método.

Y aquí entra tu parte. Si eres afición, periodista, patrocinador o dirigente regional, tu poder no está en exigir cambios de entrenador cada seis meses; está en exigir reglas. Pregunta y repregunta:

·        «¿La FVF publicó su presupuesto y lo auditó externamente?»

·        «¿Los contratos del cuerpo técnico incluyen garantías y se cumplen a tiempo?»

·        «¿Hay un plan de selecciones con objetivos medibles por trimestre?»

·        «¿Los amistosos preparan lo que realmente se juega en Sudamérica?»

·        «¿Quién responde cuando se incumple?»

Si la respuesta es silencio, ya sabes dónde está el problema. Si la respuesta es un comunicado con adjetivos y sin números, también.

Este golpe duele, cómo no. Pero es una oportunidad para ordenar culpas y responsabilidades. A los jugadores: «gracias por competir; no los cvamos a soltar». Al técnico saliente: «gracias por lo hecho; el fallo fue de más arriba». A quienes mandan: «si de verdad aman el fútbol, suelten el control político y dejen trabajar a los que saben». A ti: «no pidas milagros; pide reglas».

La Vinotinto ya demostró que puede. Lo próximo no depende del azar ni de una arenga. Depende de que exijas una FVF despolitizada, profesional y transparente. Con eso, el talento hará lo que sabe: ganar.

Nota final

Mientras un régimen autoritario cope todos los escenarios y lo politice todo, el futuro de la Vinotinto —y del país— se oscurece. El talento no florece en oficinas colonizadas por la obediencia y la corrupción: se asfixia entre favores, silencios y miedo. No es pesimismo; es diagnóstico. La salida no cabe en un gol de último minuto: cabe en reglas, transparencia y límites al poder de turno. Si te duele la camiseta, exige arriba. Sin institución libre no hay fútbol libre. Con una FVF despolitizada y profesional, lo que hoy parece negro vuelve a ser cancha abierta para ganar.

sábado, 30 de agosto de 2025

El instante previo al despertar

 

Los venezolanos de bien estamos viviendo momentos cruciales, donde se mezclan la incertidumbre, la rabia contenida, la esperanza y, sobre todo, la certeza de que el cambio está más cerca que nunca.

El análisis frío de lo que ha venido haciendo la administración Trump revela algo que ya muchos intuíamos: no se trata de gestos aislados, sino de una estrategia que, paso a paso, ha ido allanando el camino, derribando barreras, sumando aliados y dejando sin aire a quienes se empeñan en sostener lo insostenible. Nada de esto es un juego. Basta con saber leer las señales y ver las evidencias,

La transición está en marcha, aunque no se vea en la superficie con la claridad que quisiéramos. Y es aquí donde recae nuestra mayor responsabilidad: mantenernos alertas, unidos, cuidándonos entre nosotros, resistiendo con inteligencia y preparándonos para lo que viene.

Seguimos esperando que esta transición sea pacífica. Ese es el deseo de un país entero, y sería el mejor escenario para que la reconstrucción empiece sin más heridas. Pero no nos engañemos: la paz no depende solo de nosotros, sino de la manera en que los usurpadores decidan aferrarse o soltar el poder.

Por eso este no es momento de distracción ni de desesperanza. Es momento de fe, de resistencia serena, de confianza en que lo inevitable está por ocurrir.

El amanecer de Venezuela ya está escrito; lo único que falta es el instante en que la historia decida mostrarlo.



lunes, 18 de agosto de 2025

Aragua no es una banda

Mi sobrina salió a la calle con una franela que decía ARAGUA. Orgullo en el pecho: las playas de Ocumare y Choroní, el olor a cacao tostándose en patios centenarios, el Henri Pittier bajando en verde hasta la ciudad. Ni cinco pasos y un desconocido —en el país que ahora habita— le soltó un comentario envenenado: “¿Del Tren?” No preguntó; juzgó. Ella volvió a casa con el nudo en la garganta. “Tío, ¿cómo explico que Aragua no es eso?”, me dijo. Y lo que quise responderle es esto.

Aragua es mar y montaña. Es Maracay, ciudad jardín, con sus avenidas arboladas y esa tozudez de trabajo que conozco bien: fábricas que alguna vez marcaron la modernidad del país, la memoria de la aviación en el Museo Aeronáutico, la Maestranza que lleva el nombre de César Girón, levantada por el maestro Carlos Raúl Villanueva. Es el balón corriendo en los pies de Juan Arango y Deyna Castellanos; es la leyenda de David Concepción, el swing perfecto de Miguel Cabrera y la energía de José Altuve, orgullos de las Grandes Ligas. Es Mario Abreu juntando objetos para hacer poesía visual; Isaac Chocrón afinando el diálogo que nos puso delante de un espejo. Es Henry Martínez escribiendo canciones que ya son de todos; Simón Díaz, el Tío, cantor universal del llano y de la ternura hecha música. Es también la belleza y el talento de Alicia Machado y Pilín León, misses que llevaron el nombre de Venezuela y de Aragua al mundo. Esa es la pulsación real de Aragua.

Y también es Chuao: un pueblo costero donde el cacao se tiende al sol en la plaza como hace siglos. Ese cacao —con Denominación de Origen— figura entre los mejores del mundo y cada año vuelve con medallas. Chocolateros de lejos compiten por unos pocos sacos. Ese era el nombre que mi sobrina llevaba en el pecho.

Aragua también es naturaleza desbordada. El Parque Nacional Henri Pittier guarda más de 500 especies de aves y funciona como uno de los grandes corredores de migración en el trópico. Entre la bruma de la montaña y las aguas que bajan al Caribe conviven playas, selvas nubladas y cafetales. Ese paisaje resume lo que significa vivir en una tierra que lo tiene todo.

Y Aragua es también historia de independencia. En La Victoria, un 12 de febrero de 1814, estudiantes y seminaristas —muchos de ellos aragüeños— empuñaron armas improvisadas para enfrentar a las tropas realistas de Boves. Con José Félix Ribas al mando resistieron y vencieron. De esa jornada nace el Día de la Juventud. A esa fibra perteneces, sobrina. En La Victoria, por cierto vio la luz el actual presidente electo de Venezuela Edmundo González Urrutia.

Entonces, ¿cómo terminamos con un nombre tan hermoso contaminado por una megabanda? La respuesta es concreta.

A comienzos de los 2000 el país apostó por un gran proyecto ferroviario. Dos trazados atravesaban Aragua: Puerto Cabello–La Encrucijada y Tinaco–Anaco. El primero, de altísima ingeniería, abrió túneles y viaductos; el segundo prometía unir los llanos con el oriente industrial. Se movió tierra, se levantaron estaciones, se encendió la esperanza. Y luego, la parálisis. No por un meteoro ni por “la crisis” caída del cielo, sino por corrupción, sobrecostos y una ineptitud hecha política: cargos de responsabilidad asignados por lealtad, no por capacidad. Quedaron obras a medias, equipos al sol y pueblos con promesas muertas. Aquella palabra —tren— pasó de promesa a sinónimo de fracaso.

Mientras los rieles se enfriaban, otra locomotora se armaba donde menos debía: dentro de una cárcel. En la cárcel de Tocorón, el Estado entregó de facto el control a los pranes. El “nuevo régimen penitenciario” nunca cruzó ese portón. En ese caldo —con una mujer rencorosa al frente del ministerio y el capo de un cartel de la droga como jefe político— el llamado Tren de Aragua saltó de banda carcelaria a estructura transnacional, usando rutas migratorias y exportando violencia a países vecinos. No fue tolerancia pasiva: fue política de Estado, una herramienta útil para desordenar la región. Tocorón funcionó durante años como cuartel con discoteca y piscina, hasta que el escándalo reventó y ensayaron una toma tardía, cuando el monstruo ya estaba criado.

Quien dude del impacto, que hable con fiscales de Colombia, Perú, Chile o Estados Unidos: la marca criminal se expandió, cambió el mapa de ciertos delitos y obligó a reorganizar respuestas. El patrón se repite: una megabanda nacida en una prisión venezolana, con víctimas sobre todo entre migrantes venezolanos. Duele escribirlo.

Y, sin embargo, Aragua no es esa banda. En la misma tierra nació uno de los contrapuntos éticos más potentes del país: Proyecto Alcatraz, en Hacienda Santa Teresa. En 2003, después de un asalto, la empresa les ofreció a los responsables otra salida: reparar el daño trabajando, justicia restaurativa y rugby como disciplina y escuela de carácter. De allí salieron equipos, oficios, vidas nuevas. En dos décadas desmovilizaron once bandas, reinsertaron a centenares de jóvenes y bajaron homicidios en el municipio Revenga cuando la metodología maduró. Eso no es consigna: son resultados que se ven en la calle.

Aragua, además, tiene un lugar íntimo en mi historia. Fue la tierra que acogió a mis padres y a mis hermanos cuando llegaron buscando futuro. Allí descansan los restos de mis padres y de mis dos hermanos menores. En esas calles nacieron muchos de mis sobrinos. Esa memoria me ata —y me obliga— a defender el nombre de esta tierra.

Miro a mi sobrina y pienso en Chuao: mujeres cantando mientras remueven el cacao en tableros de madera; chocolateros esperando su turno para tostar esos granos con respeto. Pienso en Maracay de tardes largas, en patios con matas de mango, en gente que se busca la vida con una dignidad que no sale en los titulares. Pienso en jóvenes que cambiaron un revólver por un balón ovalado y en entrenadores que aprendieron a decir “hermano” después de decir “rival”. Eso también es Aragua.  

A quienes afuera escuchan “Tren de Aragua” y miran a un venezolano como si miraran a un delito les digo: están mirando al revés. La megabanda no es el gentilicio: es la evidencia de un Estado que dejó que sus cárceles fueran feudos y que sus proyectos públicos se oxidaran. Aragua —y Venezuela— no caben en esa etiqueta. Caben en el cacao que el mundo admira, en deportistas que levantan la bandera, en artistas y maestros que siembran belleza en tierra dura, en comunidades que rehacen la convivencia desde abajo.

Mi sobrina volverá a ponerse su franela. Y cuando alguien vuelva a decir “Tren”, le responderá con calma: “Déjame contarte qué es Aragua”. Quien escuche entenderá que ninguna banda puede usurpar un nombre nacido entre cacao, mar y montañas. Ese nombre nos pertenece y lo vamos a reivindicar cuantas veces haga falta.

jueves, 7 de agosto de 2025

Las mil caras del Ávila

 El Cerro El Ávila es mucho más que una montaña: es la identidad viva de Caracas y un puente simbólico entre Venezuela, mi país natal, y España, el país que me acogió en tiempos difíciles.

Aunque su nombre original es «Waraira Repano», la versión más sólida señala que «El Ávila» proviene de Gabriel de Ávila, alférez mayor de campo que acompañó a Diego de Losada en la conquista de Caracas y fue nombrado alcalde en 1573.  Sus tierras abrazaban la montaña.  

Sin embargo, también circula la encantadora anécdota de quienes, al mirar su silueta protectora, la comparaban con las murallas de Ávila en Castilla. Entre historia y leyenda, invito a venezolanos y españoles a redescubrir juntos las mil caras de este símbolo compartido.

Este artículo fue publicado originalmente en el portal «Wall Street Internacional Magazine» en enero de 2022.

 

Las mil caras del Ávila

«Toda emoción de ser caraqueño tiene su origen en el Ávila» Alfredo Boulton

El Ávila, esa hermosa e imponente mole de 2.765 metros de altura que separa a Caracas del mar Caribe y la cobija de oeste a este, desde La Pastora hasta Petare, tiene un influjo muy especial, yo diría que mágico, sobre los caraqueños. Con frecuencia desviamos nuestra vista hacia ella y, cuando estamos lejos del terruño, la vista se desvía hacia su imagen, que invariablemente colgamos en la sala de nuestra nueva casa lejos de casa. 

El Ávila no solo es una montaña. Es mucho más. El Ávila …

… es brújula. Cuando la ves con tus ojos, sabes de inmediato dónde está el norte porque ella es el Norte. Cuando ves su imagen, o la imaginas, sabes de inmediato dónde está tu querencia.

…es pulmón y oxígeno vivificante de una ciudad que ha crecido, a veces de forma ordenada, y otras indiscriminadamente.

…es naturaleza, es flora, es fauna, a cuyos pies crece una ciudad de concreto que, a pesar de todo, ha sabido respetarla, quererla y cuidarla.

…es muralla protectora que, en retribución, cuida a la ciudad y a sus habitantes.

…es la musa de escritores y poetas que han dibujado con palabras todo lo que ella significa.

…es leyenda, es volcán, es el refugio de la gran culebra, es ola convertida en roca, es oro enterrado, es base de seres de otros mundos, es lugar de apariciones, de almas en pena, de bendiciones y también de maldiciones.

…es música. Cualquier canción alusiva a Caracas lleva al Ávila en su letra y si no, en su espíritu. Ilan Chester la inmortalizó con su pegajoso «Cerro el Ávila». Piezas como «Flores de Galipán» o «Claveles de Galipán» hacen honor al poblado avileño que riega de flores al valle.  

…es inspiración de pintores, encabezados por Manuel Cabré, «El pintor del Ávila», y tantos otros que no se cansan de plasmar en el lienzo su inconfundible silueta, sus colinas, sus verdes, sus arroyos, sus caminos que conducen al cielo.

…es imán para las cámaras fotográficas que no dejan de conseguir nuevos ángulos, nuevos amaneceres y atardeceres, nuevos matices.

…es agua pura, cristalina, que riega al valle.

…es termómetro, cada vez que el espíritu de «Pacheco» desciende a la ciudad anunciando aquello que los caraqueños llamamos frío. «¡Llegó Pacheco!», decimos cuando llega el momento de echar mano de los abrigos, sin importar el lugar donde nos encontremos.

…es ramillete de flores multicolores que Galipán nos regala a los habitantes del valle.

…es gastronomía. Con espectaculares vistas a Caracas y/o al mar, los comensales pueden degustar deliciosos platos criollos o internacionales. Solo basta contar con una 4x4 o con unas buenas botas de excursión y energía suficiente para acceder a ellos.

…es Semana Santa, anunciada por los palmeros del Ávila que bajan cada año con su carga de brotes de la palma real que se cultiva en sus entrañas.

…es Navidad, anunciada por la cruz que enciende sus luces y también el espíritu navideño de los caraqueños.

…es paraíso de excursionistas que en cada aventura descubren o recrean caminos infinitos e insospechados.

… es campo de entrenamiento de deportistas que infatigablemente tonifican sus músculos y su espíritu para prepararse contra cualquier rival.

…es refugio de enamorados que se prodigan besos y caricias sin que nadie, solo Caracas, se entere.

…es su teleférico, que acerca su cima a cualquier visitante que desee descubrir una vista alucinante en cualquier dirección a la que dirija su mirada.

…es cielo estrellado, más allá de las nubes que cubren la ciudad, que muestran al visitante nocturno la inmensidad del firmamento, inyectando en cada uno de ellos una necesaria dosis de humildad ante la visión impactante del infinito.

…es tristeza y preocupación, cada vez que el fuego destructor consume en minutos lo que tardó años en florecer. También es tragedia y desolación cuando, en contra de su voluntad, no puede retener el agua que recoge de los cielos y se desborda, llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso.

…es como quieras llamarla: «Cerro El Ávila», «Waraira Repano», «Sierra grande», «Lugar de las dantas», «La sierra del norte», «La montaña a la mar», «El otro lado del cerro», «La montaña mágica» o simplemente «El Ávila».

…es la suma de todos sus rincones. Es Cachimbo, Clavelito, El Cortafuegos, El Hotel Humboldt, El Picacho, Galindo, Galipán, La Fila, La Julia, Lagunazo, Loma del Cuño, Loma del Viento, Los Platos del Diablo, Los Venados, Papelón, Paraíso, Pico Naiguatá, Pico Occidental, Pico Oriental, Piedra El Indio, Quebrada Chacaíto, Sabasnieves, Sanchorquiz o Camino de los Españoles, Sierra Maestra, Topo Goering, Zamurera.

…es todo eso y mucho más.

…es Caracas.

sábado, 26 de julio de 2025

El aniversario de la dignidad

 Venezuela y la batalla diaria por la democracia

 
Se cumple un año del golpe de Estado electoral que sacudió a Venezuela y desafió la fe de quienes seguimos creyendo en la democracia. Mucho ha pasado desde entonces: jornadas de incertidumbre, silencios forzados, rutas que parecen cerrarse y, sin embargo, persiste una corriente de dignidad y valentía que se niega a extinguirse. No quiero convertir este aniversario en un catálogo de penas. Cada quien sobrelleva la carga a su manera. Pero hoy elijo mirar hacia lo que hemos construido: esperanza activa y memoria que resiste al olvido.

La esperanza, a veces, parece una llama frágil en medio de la tormenta. No importa cuántas veces intenten apagarla; basta que una mano la resguarde, que alguien sople suavemente sobre la mecha, para que la luz regrese. Así, millones de venezolanos, dentro y fuera del país, han hecho posible que la oscuridad no sea total. Cada quien, desde su propio rincón, ha encontrado maneras de sumar, de resistir, de recordar que el poder de la verdad y la justicia es más tenaz que cualquier imposición violenta.

En este año he visto a personas que nunca imaginaron marchar hacerlo en silencio o en voz alta; a quienes tejen redes de solidaridad para quienes lo han perdido todo; a otros que, sin estridencias, mantienen la conversación encendida para que Venezuela no desaparezca del mapa de las prioridades del mundo. Lo que vivimos no es solo advertencia para nosotros. Es una llamada de atención para quienes, en cualquier país, creen que la democracia está blindada. Lo ocurrido aquí demuestra que basta un descuido, una complicidad tácita o una neutralidad cómoda para que los cimientos se agrieten. Las democracias no se pierden en un solo acto: se debilitan cada vez que olvidamos defenderlas.

No sería justo negar que, entre tanta indiferencia, hubo y hay voces que no nos han dejado solos. Algunos gobiernos, organismos y ciudadanos han mantenido una solidaridad sin reservas. No han sido mayoría, pero sí un refugio luminoso. Ellos merecen gratitud y reconocimiento, porque han entendido que el drama de Venezuela no es local, sino universal. A quienes optaron por el silencio, les corresponderá rendir cuentas ante la historia.

La realidad es tozuda: aún falta mucho. El reto venezolano sigue siendo inmenso, y nada garantiza que la transición hacia la democracia esté cerca o sea sencilla. Pero queda la certeza de que no hay fuerza capaz de extinguir la determinación de un pueblo que ha conquistado la conciencia de su propia dignidad.

Hoy no me pregunto qué pueden hacer los líderes o el mundo por Venezuela, sino qué está dispuesto a hacer cada uno de nosotros, allí donde esté, para defender los valores esenciales, para proteger esa llama que es la democracia, para impedir que el mal se vuelva costumbre o el miedo, ley. No importa el tamaño de la trinchera, ni si tu voz resuena en plazas o en susurros digitales. Lo esencial es no ceder a la apatía, no resignarse ante la mentira, no normalizar el atropello. El futuro de Venezuela, y el de cualquier país libre, se juega todos los días en la voluntad de quienes se niegan a rendirse.

Este aniversario no es solo un recordatorio de lo que nos arrebataron. Es una invitación urgente a preguntarnos qué podemos hacer hoy para que la verdad y la justicia prevalezcan; qué podemos hacer, sea que llevemos el dolor de Venezuela en la sangre o que simplemente no queramos ver repetida la tragedia en otras tierras.

La libertad, como la esperanza, es tarea diaria y colectiva. Nada está perdido mientras haya alguien dispuesto a proteger la llama. Que ese alguien, seamos todos.

sábado, 5 de julio de 2025

Despertar o resignarse: el dilema de Occidente

No se trata solo de incertidumbre: Occidente enfrenta una pérdida real y profunda de sus valores fundamentales. Lo que antes fue certeza, hoy se tambalea.

Principios que durante generaciones nos sirvieron de brújula —el respeto, la libertad, la responsabilidad— se ven ahora cuestionados y desplazados por supuestas nuevas virtudes. Lo que creímos inamovible, hoy parece más frágil que nunca.

Nunca he rechazado lo diferente. Todo lo contrario. Siempre he defendido la libertad de cada quien para vivir como desea, mientras no pretenda imponerme una supuesta superioridad moral ni menospreciar lo que soy y en lo que creo.

Pero el respeto es de ida y vuelta.

No soy amigo del victimismo. Tampoco de la resignación. Los Diez Mandamientos, más allá de cualquier fe, han servido de columna vertebral ética a la civilización occidental. Sin esa base, el edificio de la convivencia se tambalea.

Sin embargo, no todo está perdido: hay ejemplos de resiliencia que nos invitan a reflexionar.

El pueblo judío ha dado muestra de fortaleza. De resiliencia. A lo largo de la historia, sus enemigos no solo han sido rivales políticos: han sido quienes los quieren, literalmente, borrar del mapa. Y, aun así, han sobrevivido, han aportado al mundo ciencia, cultura, arte y ejemplo de dignidad. Merecen respeto. Y merecen defensa, sin ambigüedades.

Lamentablemente, ese respeto hoy está ausente en demasiados foros. Hay un silencio cómplice de quienes se proclaman defensores de los derechos humanos. La vara cambia según convenga.

La izquierda, el progresismo, o como se quieran llamar, agotada la vieja lucha de clases, busca nuevas banderas. Feminismo de ocasión, identidades de moda, causas ambientales. No discuto la importancia de las luchas legítimas. Pero sí denuncio el uso interesado e hipócrita de esas causas, la doble moral y el intento de arrasar con la familia, la biología y la libertad de pensamiento.

En España, hemos visto leyes rimbombantes que terminan blindando a criminales y dejando desprotegidas a las verdaderas víctimas. Lo he dicho: la mujer, con su capacidad de resiliencia, inteligencia y aporte a la sociedad, merece admiración, respeto y reconocimiento, pero no a costa de la verdad ni de la justicia. El progresismo de consigna calla ante los abusos fuera de Occidente, donde el horror es cotidiano para mujeres y minorías. Calla, porque allí la denuncia no le resulta útil.

La censura no es ajena a mi experiencia. Escribí durante años en un portal digital. Bastó decir que el sexo es un hecho biológico y que la familia está bajo ataque, para que llegaran los cortes y la censura. Callé una vez y me arrepentí de haberlo hecho. No volví a callar la segunda. Hice pública la denuncia y me fui con la frente en alto. Aprendí que el peligro real no es la voz del intolerante, sino la sumisión de los que deberían hablar.

¿Y qué pasa mientras tanto? Que muchos prefieren el silencio. El miedo a las etiquetas —“derecha”, “ultraderecha”— pesa más que la defensa de principios. Se cede aquí, se otorga allá. Así, los que gritan terminan imponiendo sus reglas.

Eso, y no otra cosa, explica el avance de la cultura woke y sus aliados. No buscan convencerte. Buscan que renuncies a defender lo tuyo. Que te resignes.

Hoy, más que nunca, el peligro es el silencio de quienes, por cansancio, prudencia o comodidad, se apartan y dejan la cancha libre a quienes no tienen reparos en avanzar.

Este no es un llamado al odio ni a la intolerancia. Es un reclamo por la coherencia. Por la valentía. Por la defensa de ese legado imperfecto, sí, pero también inmensamente valioso, que nos ha dado libertad, justicia, familia, posibilidad de vivir y de disentir.

La historia no la escriben los cobardes ni los mudos. Si seguimos callando, otros decidirán hasta cuándo podremos hablar.

Es hora de ir más allá. De pronunciarse, de actuar, de contagiar coraje.

El tiempo de la resignación ya terminó. Lo urgente ahora es defender, sin complejos, los valores que nos trajeron hasta aquí. Lo importante es no ceder más terreno al miedo ni al silencio.

Porque la agenda nunca miente. Y hoy, lo importante es claro: defender lo esencial, antes de que sea tarde.

viernes, 6 de junio de 2025

Las listas que no se publican

 Estados Unidos anunció nuevas restricciones migratorias y Venezuela apareció, como quien no quiere la cosa, en la lista. Una más. Ya no debería sorprender, pero fastidia igual. No porque uno crea que a estas alturas merecemos un trato especial, sino porque, a
pesar del desastre evidente, hay millones de venezolanos que no tendríamos por qué pagar la factura de una dictadura que no elegimos ni promovemos.

Y, sin embargo, ahí estamos. En la misma lista de países donde se cocinan guerras, terrorismo o tiranías de manual. Mientras tanto, quienes han exportado crimen, lavado y chantaje, siguen disfrutando de sus visas diplomáticas y sus riquezas mal habidas. Ironías del mundo libre.

Desde hace más de dos décadas, Venezuela ha venido cayendo en listas de todo tipo: corrupción, inflación, violencia, censura, desnutrición, migración forzada. Y uno ve esas listas y entiende por qué un país que un día fue promesa hoy parece amenaza. Lo que cuesta más es explicar que no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que aparecíamos en otras listas. Las de los buenos, incluso brillantes. Cuando yo era niño, Venezuela era el destino al que los europeos iban a buscar lo que su continente destruido por la guerra no podía ofrecerles. Médicos, panaderos, ingenieros, agricultores, trabajadores humildes y ambiciosos que llegaban en barcos sin saber muy bien qué esperar, y encontraban una ciudad con cine, trabajo y futuro.

Caracas era una capital viva, donde los niños iban a la escuela con recursos y con dignidad, los adultos discutían política con cierta ingenuidad y mucho respeto, y las familias se juntaban los domingos sin miedo a que la luz se fuera o que la comida no alcanzara. No era un paraíso. Pero era un país. Uno donde podías imaginar que la próxima generación viviría mejor que la anterior.

 Y después... bueno. Ya sabemos. Llegaron los que prometieron corregirlo todo y se encargaron de destruirlo todo. A la vista está.

Pero hay algo que no está en las listas de organismos internacionales ni en los informes diplomáticos. Algo que no se mide en rankings. Es el impacto subterráneo, callado, pero profundo que hemos tenido los venezolanos honestos en los países donde hemos llegado. Si existiera una lista de los pueblos más resilientes del mundo, ahí estaríamos. Si alguien se tomara la molestia de documentar las historias de los médicos venezolanos mirando a la cara de sus pacientes y salvando vidas en hospitales extranjeros, de las maestras enseñando español en cualquier rincón del mundo, de los jóvenes emprendedores levantando pequeños negocios con más ganas que capital, entonces las noticias serían otras.

Viktor Frankl, que sabía lo que era perderlo todo, escribió: «El hombre es ese ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con la cabeza erguida y el padrenuestro en los labios». Uno no escoge el régimen que le toca, pero sí cómo vivir en medio de él. Y los venezolanos —millones de nosotros— hemos decidido seguir viviendo con dignidad. Eso no es propaganda. Es estadística humana.

Por eso, cuando leo que nos han puesto en una nueva lista negra, no me indigno tanto por la injusticia —que es real— sino por lo incompleto del juicio. Porque si vamos a hacer listas, hagámoslas completas. Que se incluya también a los que han reconstruido sus vidas desde cero, a las mujeres que le dan lecciones de valentía a sus opresores, a los abuelos que aprendieron a mandar audios por WhatsApp para no perder el contacto con los nietos que no han podido abrazar.

Venezuela hoy no es lo que fue. Pero tampoco es solo lo que dicen que es. En cada ciudad donde hay un venezolano reconstruyendo algo, hay una promesa implícita de retorno. No a la geografía, que también, sino a la posibilidad. Porque este país, cuando se le quiten de encima los parásitos que lo exprimen, tiene algo que no se ha perdido: gente con memoria, con talento, con heridas y con ganas.

Que nos apunten en la lista que quieran. Nosotros estamos escribiendo otra. La buena.

viernes, 30 de mayo de 2025

Festival de excusas


 Dicen que perdieron porque María Corina llamó a no votar. Que la abstención fue muy alta. Que el pueblo no salió. ¡Claro! El problema no fue que participaron en una elección fraudulenta, sin árbitro, sin garantías, sin auditoría real.

No. La verdad cruda fue que el pueblo… no obedeció su llamado.

Los eternos aspirantes a algo, esos profesionales del fracaso con falsa credencial opositora, hoy lloran sobre sus cuotas perdidas, como si la democracia fuera una lotería y no un acto de dignidad. Se presentan como víctimas del divisionismo, cuando en realidad fueron cómplices voluntarios del teatro obsceno que montó el dictador. El pueblo, mientras tanto, simplemente decidió no hacerles el juego. Porque cuando todo huele a trampa, lo más sensato es no sentarse a la mesa.

La estrategia de María Corina no solo fue clara, fue moralmente superior. No se trataba de sumar diputados decorativos o gobernaciones simbólicas. Se trataba —se trata— de no legitimar lo ilegítimo. Y el país lo entendió. Habló en silencio y con valentía. Se abstuvo con conciencia. Y eso les dolió más que perder una elección: perdieron la poca credibilidad que les quedaba.

El liderazgo que vale no es el que grita más fuerte ni el que encuentra la mejor excusa. Es el que actúa con coherencia, incluso cuando resulta incómodo o cuando pierde alguna batalla. Porque la confianza se construye cuando las acciones y las palabras se alinean, no cuando se maquillan los fracasos con discursos reciclados.

El 25 de mayo no fue una derrota electoral. Fue una lección de responsabilidad ciudadana. Perdieron los que negociaron con la mentira, aunque hayan logrado recoger algunas migajas. Ganó la coherencia. Y, en medio del lodazal, brilló una verdad innegable: el pueblo ya no compra baratijas disfrazadas de oposición.

Sigamos adelante… hasta el final.

viernes, 23 de mayo de 2025

¿Votar? No. Es hora de botar 🗳️

Elecciones Venezuela
Nos dicen que votemos.

Que esta vez sí.

Que ahora sí ganamos.

Que el mundo nos ve.

Que hay que tener fe.

¡Como si no hubiésemos votado antes!

Como si el 28 de julio no hubiésemos marchado en masa, con esperanza, con dignidad, y demostrado que somos más.

Y aún así, aquí estamos: con el dictador campante, como quien ni se despeinó.

Así que no, gracias.

Esta vez no voy a votar.

Voy a botar.

Voy a botar la ingenuidad de creer que enfrentamos a demócratas en campaña y no a criminales aferrados al poder.

Voy a botar la narrativa complaciente que llama «proceso» a esta farsa.

Voy a botar el miedo, el cansancio, el chantaje de «si no votas, no existes».

 

¡Existimos!

Y también vemos —con dolor y asombro— a quienes traicionaron el espíritu del 28 de julio,

los que alguna vez marcharon con nosotros y hoy se lanzan a recoger migajas,

los que negocian desde el hambre del pueblo y se arrodillan esperando un favor.

No.

No estamos hechos para limosnas disfrazadas de acuerdos.

Estamos hechos para dignidad, justicia y memoria.

 

Nos hicimos millones fuera del país, nos convertimos en diáspora, en exilio, en voz que no se rinde.

Botemos, sí.

Botemos al tirano.

Botemos al verdugo.

Botemos la mentira, la trampa, la resignación.

¿Votar en un autobús sin frenos, manejado por un secuestrador?

No, gracias.

Mi ruta es otra.

La tuya también.

Porque lo que está por venir no será decidido con papeletas amañadas, sino con la fuerza de un pueblo despierto.

Y lo que importa no se mide en cifras manipuladas, sino en la dignidad de quienes no se rinden.

El día que Venezuela despierte —y lo hará— no será por una urna amañada, sino por una decisión colectiva de dejar de jugar bajo sus reglas.

Ese día no votaremos.

Ese día BOTAREMOS.






viernes, 16 de mayo de 2025

La mentira se sofoca cuando la verdad respira


No importa cuánto griten. No importa cuántas urnas llenen de papeles falsos ni cuántas cadenas transmitan para repetir el cuento gastado de la “democracia participativa”. La verdad siempre encuentra grietas. Y esta semana, Venezuela lo ha demostrado de nuevo.

En medio de elecciones amañadas y retóricas vacías, una acción silenciosa —pero profundamente valiente— nos recordó que el alma de un país no se apaga con decretos ni represión.

No es la primera vez que vemos lo imposible ocurrir. Tampoco será la última. Porque, aunque muchos prefieran callar o mirar a otro lado, hay una fuerza viva que no se deja someter: la dignidad. Esa que florece aún en medio del asfalto, como un eco de libertad en tiempos oscuros.

Los que siguen dentro, resistiendo. Los que están fuera, denunciando. Los que escriben, crean, construyen memoria… Todos somos parte del mismo relato: el de un pueblo que, a pesar del exilio, la censura y la traición, se niega a olvidar quién es.

La historia venezolana aún se está escribiendo. Y no la dictarán los usurpadores, sino quienes siguen creyendo en la fuerza de la palabra y en la justicia que, aunque tarde, siempre llega.





miércoles, 7 de mayo de 2025

La libertad se abre paso

Aún no conocemos todos los detalles. Aún no hay una versión oficial, aunque sabemos que vendrán las mentiras, las tergiversaciones y los intentos de minimizar lo ocurrido. Pero hoy, lo cierto es que Venezuela ha despertado con una noticia que parecía imposible: los rehenes políticos que permanecían secuestrados en la embajada de Argentina en Caracas han sido liberados.

La sede diplomática estaba rodeada, sitiada, vigilada milimétricamente por cuerpos de seguridad del régimen. Cualquiera hubiera apostado que escapar de allí era inviable. Y, sin embargo, ocurrió. Porque cuando la dignidad se organiza y la libertad se abre paso, no hay cerco que la detenga.

Este no es solo un hecho político. Es un símbolo. Un grito de esperanza en medio del desánimo. Una señal para quienes dentro y fuera del país se sienten agobiados por la represión, el miedo o el cansancio. Un recordatorio de que lo imposible puede suceder... y sucede.

Mi admiración profunda por esos valientes, que resistieron meses bajo presión brutal, sin ceder, sin negociar su dignidad, sin traicionar sus principios. Salen hoy con la frente en alto, convertidos en ejemplo para millones.

Y mi reconocimiento también a quienes, en silencio, planearon y ejecutaron esta acción. A quienes confiaron. A quienes se arriesgaron. A quienes no se resignaron.

Esta liberación es también una bocanada de oxígeno para el trabajo incansable de María Corina Machado y Edmundo González. A ellos les debemos el renacer de esta esperanza colectiva. Ellos siguen allí, firmes, guiando este proceso que avanza, a veces invisible, pero imparable.

La libertad está cerca. Hoy lo sabemos con más certeza que nunca.

Sigamos. No es tiempo de dudar. Es tiempo de creer. 



 


Isolda Salvatierra: presencia que permanece


Publicado el 1 de mayo de 2025


El pasado 27 de abril, en Madrid, partió Isolda Heredia de Salvatierra. Economista, política, feminista, católica y, sobre todo, mujer venezolana de una coherencia ejemplar.

Tuve el privilegio de conocerla personalmente y de coincidir con ella en diversos eventos. Su vitalidad no se medía en pasos ni en edad, sino en convicción. Allí estaba, con la palabra justa y la mirada encendida, haciendo presente su país amado, Venezuela, en cada foro, en cada conversación, en cada gesto.

Isolda fue una mujer de lucha limpia, sin estridencias ni antagonismos, pero firme. Creía en el feminismo como puente, no como trinchera. Defendió la democracia cuando era difícil, y los derechos humanos cuando dolía. Su voz fue serena, pero jamás tibia.

Promotora de reformas legales que marcaron un antes y un después para las mujeres venezolanas, también dejó huella espiritual al fundar el Camino de Santiago en Caracas, testimonio de que fe y acción pueden caminar juntas.

Su vida nos recuerda que el liderazgo real nace del corazón y se fortalece en la entrega silenciosa. No luchó por protagonismo, sino por legado.

Hoy, su ausencia nos pesa, pero su ejemplo nos alumbra. Isolda Salvatierra no solo defendió causas nobles: vivió conforme a ellas hasta el final. Y eso —en estos tiempos inciertos— no se olvida.

Que su memoria nos inspire a seguir andando, con la misma fe, la misma claridad y el mismo amor por Venezuela que ella jamás abandonó. 


El líder que no grita

Publicado el 22 de abril de 2025

 


Este Jueves Santo, en una calle cualquiera de Madrid, tuve el honor de cruzarme brevemente con el presidente Edmundo González y su esposa Mercedes. No fue un encuentro planeado ni protocolar, sino humano y profundamente simbólico. En sus ojos había una mezcla de serenidad y determinación que me estremeció. Y aunque apenas cruzamos palabras, sentí que entendió lo que no le dije con palabras: mi gratitud, mi esperanza intacta, mi respeto.

Un día antes, su yerno cumplía 100 días secuestrado por la dictadura. Aun así, Edmundo caminaba con paso lento pero firme, sin escudos ni aparatos de poder. Podría haber seguido disfrutando la paz de su retiro, pero eligió ponerse al frente de una causa que trasciende egos y partidos: la reconstrucción moral de Venezuela.

Admiro su temple, su silencio elocuente, su valentía serena. Frente a la cobardía del tirano, que se oculta tras el miedo, la fuerza y el chantaje, Edmundo se alza sin estridencias, con la dignidad de quien no necesita gritar para hacerse oír.

Mercedes, siempre a su lado, irradia esa energía serena que solo poseen quienes comprenden el peso del momento histórico que enfrentan. Ella también merece nuestro reconocimiento.

Este breve encuentro no solo me conmovió: multiplicó mi esperanza. Porque vi en él no a un político, sino a un ciudadano que encarna lo mejor de lo que podemos ser.

Y comprendí, con toda claridad, que Venezuela tiene futuro. Y tiene rumbo.

Gracias, presidente. Gracias por estar cuando más se le necesita. 🇻🇪✨