Publicado el 15 de marzo de 2025
La democracia se fundamenta en un principio inquebrantable: la confianza en el voto como mecanismo legítimo de cambio.
Pero en Venezuela, ese principio ha sido violado sistemáticamente por un régimen que utiliza el voto como disfraz, no como herramienta.
Cuando pierden, simplemente no reconocen su derrota.
No dan explicaciones.
No presentan pruebas.
Solo imponen su mentira y refuerzan su represión.
Participar en unas elecciones bajo este sistema es como subir a un autobús manejado por un secuestrador.
No importa cuán convencido estés de que vas en la dirección correcta, ni qué tan cómodo te sientas en tu asiento:
el conductor ya decidió el destino. Y no tiene intención de detenerse.
Y cuando llegues, te harán creer que fue decisión tuya.
Aun así, ciertos actores que se presentan como “opositores” han decidido participar en las elecciones regionales convocadas por la dictadura.
¿Por qué? Las razones son diversas, pero todas revelan una desconexión peligrosa con la realidad del país:
1. Por ingenuidad:
Algunos creen sinceramente que el régimen respetará los resultados.
Es la postura del autoengaño… o de la complicidad.
2. Por presión o conveniencia:
Amenazas, sobornos, cargos.
La dictadura ha perfeccionado el arte de comprar conciencias.
3. Por cuotas de poder local:
Saben que no cambiarán nada, pero buscan preservar espacios secundarios de influencia, aunque el precio sea su credibilidad.
4. Por supervivencia política:
Sin elecciones, su relevancia desaparece.
Y su existencia como figuras públicas se desvanece.
5. Por comodidad:
Prefieren la ilusión del proceso electoral a enfrentar de verdad al poder.
Jugar dentro del sistema es más fácil que desafiarlo desde fuera.
La solución no es participar en una farsa esperando resultados distintos.
La solución es tratar a la dictadura como lo que es: una organización criminal.
Porque esto ya no es solo un asunto interno.
El régimen venezolano exporta crimen, desestabilización y violencia a todo el hemisferio.
Los países democráticos deben dejar de llamarlo “gobierno ilegítimo” para comenzar a tratarlo como una amenaza global.
No se negocia con el crimen.
No se le legitima.
No se le derrota en su propio juego.
Se combate.
Se aísla.
Y se erradica.
Es hora de que el mundo libre actúe, no solo por Venezuela, sino en defensa propia.
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