Corina Parisca: del “nosotros” del hogar al liderazgo que reunifica una nación
En su célebre conversación con Sofía Ímber, Corina deja ver su brújula: trato correcto, buen gusto sin
ostentación y una idea sencilla del liderazgo femenino de este siglo—presencia,
constancia y voz propia. No lo pregonó con consignas; lo convirtió en hábitos:
estudiar, trabajar, hablar claro y sostener proyectos útiles, siempre pensando
en plural. Ese tono—firme y sobrio—es el que su hija llevó al espacio público.
Hay, además,
una escuela silenciosa en su historia: el tenis. De joven, Corina
encontró en la cancha una maestra para la vida. Tres aprendizajes destacan:
- Autocontrol y pausa entre puntos.
Erras, respiras, reinicias. En casa, se traduce en conversar sin gritos,
corregir sin humillar y volver al plan.
- Anticipación. Antes del
golpe, los pies. Observar, colocarse bien, elegir el tiro. Así enseñó a
mirar el país: escuchar primero y actuar con sentido.
- Resiliencia de partido largo.
Sin atajos. Constancia, paciencia y foco. Ese pulso está en la consigna
que su hija encarna hoy: reunificar la familia para reunificar la
nación.
El corazón de
su legado es el “nosotros”. Cuando madre e hija impulsaron iniciativas
sociales, no lo hicieron a punta de declaraciones; bajaron al terreno,
ordenaron tareas, midieron resultados sencillos y ajustaron lo que hiciera
falta. Ese modo de trabajar—práctico y con los pies en la tierra—marcó a María
Corina mucho antes de su exposición política.
También hay
una fortaleza interior que no hace ruido. En momentos duros, Corina eligió la
entereza por encima del estruendo. Sin victimismo, sí con honestidad: reconocer
la angustia y sostener. Es la vara con la que educó: alta, pero humana.
Acompañar, preguntar, corregir y volver a apoyar.
Esa raíz
explica otro rasgo decisivo en su hija: poner la familia en el centro.
No como postal, sino como punto de partida. Primero reparamos los vínculos—la
mesa, la casa, el barrio—y desde ahí reconstruimos la República. Es
profundamente político porque es profundamente humano. Y nace en hogares como
el de Corina, donde la vida diaria es escuela de ciudadanía.
Si tuviera que
nombrar tres herencias de madre a hija, diría:
- Carácter: deporte y estudio
como gimnasia del autocontrol y la excelencia.
- Trabajo útil: proyectos que
se hacen, se revisan y se mejoran.
- Comunidad: el “nosotros” por
delante, incluso cuando duele.
María Corina
no surge de un vacío. Es fruto de una familia que enseñó valores practicables:
decir la verdad sin gritar, trabajar sin posar, servir sin esperar aplausos.
Cuando habla Corina Parisca, aparece una Venezuela reconocible:
exigente, decente, solidaria. Y cuando actúa su hija, esa educación se hace
pública. En tiempos de estridencia, la mezcla de templanza y compromiso
que viene de su madre explica por qué tantos se reconocen en ella. La raíz
estaba ahí: una casa donde reunificar a la familia no es eslogan, sino
el primer paso para reunificar un país.
