domingo, 26 de octubre de 2025

La fuerza tranquila que forma líderes

 Corina Parisca: del “nosotros” del hogar al liderazgo que reunifica una nación


A veces una vida se resume en tres gestos: templanza, servicio y el “nosotros” por delante del “yo”. Así es Corina Parisca de Machado: psicóloga, mujer de deporte, madre que educó con firmeza serena y amor por Venezuela. Ese triángulo —carácter, disciplina y país— ayuda a entender por qué María Corina Machado es quien es.

En su célebre conversación con Sofía Ímber, Corina deja ver su brújula: trato correcto, buen gusto sin ostentación y una idea sencilla del liderazgo femenino de este siglo—presencia, constancia y voz propia. No lo pregonó con consignas; lo convirtió en hábitos: estudiar, trabajar, hablar claro y sostener proyectos útiles, siempre pensando en plural. Ese tono—firme y sobrio—es el que su hija llevó al espacio público.

Hay, además, una escuela silenciosa en su historia: el tenis. De joven, Corina encontró en la cancha una maestra para la vida. Tres aprendizajes destacan:

  • Autocontrol y pausa entre puntos. Erras, respiras, reinicias. En casa, se traduce en conversar sin gritos, corregir sin humillar y volver al plan.
  • Anticipación. Antes del golpe, los pies. Observar, colocarse bien, elegir el tiro. Así enseñó a mirar el país: escuchar primero y actuar con sentido.
  • Resiliencia de partido largo. Sin atajos. Constancia, paciencia y foco. Ese pulso está en la consigna que su hija encarna hoy: reunificar la familia para reunificar la nación.

El corazón de su legado es el “nosotros”. Cuando madre e hija impulsaron iniciativas sociales, no lo hicieron a punta de declaraciones; bajaron al terreno, ordenaron tareas, midieron resultados sencillos y ajustaron lo que hiciera falta. Ese modo de trabajar—práctico y con los pies en la tierra—marcó a María Corina mucho antes de su exposición política.

También hay una fortaleza interior que no hace ruido. En momentos duros, Corina eligió la entereza por encima del estruendo. Sin victimismo, sí con honestidad: reconocer la angustia y sostener. Es la vara con la que educó: alta, pero humana. Acompañar, preguntar, corregir y volver a apoyar.

Esa raíz explica otro rasgo decisivo en su hija: poner la familia en el centro. No como postal, sino como punto de partida. Primero reparamos los vínculos—la mesa, la casa, el barrio—y desde ahí reconstruimos la República. Es profundamente político porque es profundamente humano. Y nace en hogares como el de Corina, donde la vida diaria es escuela de ciudadanía.

Si tuviera que nombrar tres herencias de madre a hija, diría:

  1. Carácter: deporte y estudio como gimnasia del autocontrol y la excelencia.
  2. Trabajo útil: proyectos que se hacen, se revisan y se mejoran.
  3. Comunidad: el “nosotros” por delante, incluso cuando duele.

María Corina no surge de un vacío. Es fruto de una familia que enseñó valores practicables: decir la verdad sin gritar, trabajar sin posar, servir sin esperar aplausos. Cuando habla Corina Parisca, aparece una Venezuela reconocible: exigente, decente, solidaria. Y cuando actúa su hija, esa educación se hace pública. En tiempos de estridencia, la mezcla de templanza y compromiso que viene de su madre explica por qué tantos se reconocen en ella. La raíz estaba ahí: una casa donde reunificar a la familia no es eslogan, sino el primer paso para reunificar un país.

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