viernes, 6 de junio de 2025

Las listas que no se publican

 Estados Unidos anunció nuevas restricciones migratorias y Venezuela apareció, como quien no quiere la cosa, en la lista. Una más. Ya no debería sorprender, pero fastidia igual. No porque uno crea que a estas alturas merecemos un trato especial, sino porque, a
pesar del desastre evidente, hay millones de venezolanos que no tendríamos por qué pagar la factura de una dictadura que no elegimos ni promovemos.

Y, sin embargo, ahí estamos. En la misma lista de países donde se cocinan guerras, terrorismo o tiranías de manual. Mientras tanto, quienes han exportado crimen, lavado y chantaje, siguen disfrutando de sus visas diplomáticas y sus riquezas mal habidas. Ironías del mundo libre.

Desde hace más de dos décadas, Venezuela ha venido cayendo en listas de todo tipo: corrupción, inflación, violencia, censura, desnutrición, migración forzada. Y uno ve esas listas y entiende por qué un país que un día fue promesa hoy parece amenaza. Lo que cuesta más es explicar que no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que aparecíamos en otras listas. Las de los buenos, incluso brillantes. Cuando yo era niño, Venezuela era el destino al que los europeos iban a buscar lo que su continente destruido por la guerra no podía ofrecerles. Médicos, panaderos, ingenieros, agricultores, trabajadores humildes y ambiciosos que llegaban en barcos sin saber muy bien qué esperar, y encontraban una ciudad con cine, trabajo y futuro.

Caracas era una capital viva, donde los niños iban a la escuela con recursos y con dignidad, los adultos discutían política con cierta ingenuidad y mucho respeto, y las familias se juntaban los domingos sin miedo a que la luz se fuera o que la comida no alcanzara. No era un paraíso. Pero era un país. Uno donde podías imaginar que la próxima generación viviría mejor que la anterior.

 Y después... bueno. Ya sabemos. Llegaron los que prometieron corregirlo todo y se encargaron de destruirlo todo. A la vista está.

Pero hay algo que no está en las listas de organismos internacionales ni en los informes diplomáticos. Algo que no se mide en rankings. Es el impacto subterráneo, callado, pero profundo que hemos tenido los venezolanos honestos en los países donde hemos llegado. Si existiera una lista de los pueblos más resilientes del mundo, ahí estaríamos. Si alguien se tomara la molestia de documentar las historias de los médicos venezolanos mirando a la cara de sus pacientes y salvando vidas en hospitales extranjeros, de las maestras enseñando español en cualquier rincón del mundo, de los jóvenes emprendedores levantando pequeños negocios con más ganas que capital, entonces las noticias serían otras.

Viktor Frankl, que sabía lo que era perderlo todo, escribió: «El hombre es ese ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con la cabeza erguida y el padrenuestro en los labios». Uno no escoge el régimen que le toca, pero sí cómo vivir en medio de él. Y los venezolanos —millones de nosotros— hemos decidido seguir viviendo con dignidad. Eso no es propaganda. Es estadística humana.

Por eso, cuando leo que nos han puesto en una nueva lista negra, no me indigno tanto por la injusticia —que es real— sino por lo incompleto del juicio. Porque si vamos a hacer listas, hagámoslas completas. Que se incluya también a los que han reconstruido sus vidas desde cero, a las mujeres que le dan lecciones de valentía a sus opresores, a los abuelos que aprendieron a mandar audios por WhatsApp para no perder el contacto con los nietos que no han podido abrazar.

Venezuela hoy no es lo que fue. Pero tampoco es solo lo que dicen que es. En cada ciudad donde hay un venezolano reconstruyendo algo, hay una promesa implícita de retorno. No a la geografía, que también, sino a la posibilidad. Porque este país, cuando se le quiten de encima los parásitos que lo exprimen, tiene algo que no se ha perdido: gente con memoria, con talento, con heridas y con ganas.

Que nos apunten en la lista que quieran. Nosotros estamos escribiendo otra. La buena.

viernes, 30 de mayo de 2025

Festival de excusas


 Dicen que perdieron porque María Corina llamó a no votar. Que la abstención fue muy alta. Que el pueblo no salió. ¡Claro! El problema no fue que participaron en una elección fraudulenta, sin árbitro, sin garantías, sin auditoría real.

No. La verdad cruda fue que el pueblo… no obedeció su llamado.

Los eternos aspirantes a algo, esos profesionales del fracaso con falsa credencial opositora, hoy lloran sobre sus cuotas perdidas, como si la democracia fuera una lotería y no un acto de dignidad. Se presentan como víctimas del divisionismo, cuando en realidad fueron cómplices voluntarios del teatro obsceno que montó el dictador. El pueblo, mientras tanto, simplemente decidió no hacerles el juego. Porque cuando todo huele a trampa, lo más sensato es no sentarse a la mesa.

La estrategia de María Corina no solo fue clara, fue moralmente superior. No se trataba de sumar diputados decorativos o gobernaciones simbólicas. Se trataba —se trata— de no legitimar lo ilegítimo. Y el país lo entendió. Habló en silencio y con valentía. Se abstuvo con conciencia. Y eso les dolió más que perder una elección: perdieron la poca credibilidad que les quedaba.

El liderazgo que vale no es el que grita más fuerte ni el que encuentra la mejor excusa. Es el que actúa con coherencia, incluso cuando resulta incómodo o cuando pierde alguna batalla. Porque la confianza se construye cuando las acciones y las palabras se alinean, no cuando se maquillan los fracasos con discursos reciclados.

El 25 de mayo no fue una derrota electoral. Fue una lección de responsabilidad ciudadana. Perdieron los que negociaron con la mentira, aunque hayan logrado recoger algunas migajas. Ganó la coherencia. Y, en medio del lodazal, brilló una verdad innegable: el pueblo ya no compra baratijas disfrazadas de oposición.

Sigamos adelante… hasta el final.

viernes, 23 de mayo de 2025

¿Votar? No. Es hora de botar 🗳️

Elecciones Venezuela
Nos dicen que votemos.

Que esta vez sí.

Que ahora sí ganamos.

Que el mundo nos ve.

Que hay que tener fe.

¡Como si no hubiésemos votado antes!

Como si el 28 de julio no hubiésemos marchado en masa, con esperanza, con dignidad, y demostrado que somos más.

Y aún así, aquí estamos: con el dictador campante, como quien ni se despeinó.

Así que no, gracias.

Esta vez no voy a votar.

Voy a botar.

Voy a botar la ingenuidad de creer que enfrentamos a demócratas en campaña y no a criminales aferrados al poder.

Voy a botar la narrativa complaciente que llama «proceso» a esta farsa.

Voy a botar el miedo, el cansancio, el chantaje de «si no votas, no existes».

 

¡Existimos!

Y también vemos —con dolor y asombro— a quienes traicionaron el espíritu del 28 de julio,

los que alguna vez marcharon con nosotros y hoy se lanzan a recoger migajas,

los que negocian desde el hambre del pueblo y se arrodillan esperando un favor.

No.

No estamos hechos para limosnas disfrazadas de acuerdos.

Estamos hechos para dignidad, justicia y memoria.

 

Nos hicimos millones fuera del país, nos convertimos en diáspora, en exilio, en voz que no se rinde.

Botemos, sí.

Botemos al tirano.

Botemos al verdugo.

Botemos la mentira, la trampa, la resignación.

¿Votar en un autobús sin frenos, manejado por un secuestrador?

No, gracias.

Mi ruta es otra.

La tuya también.

Porque lo que está por venir no será decidido con papeletas amañadas, sino con la fuerza de un pueblo despierto.

Y lo que importa no se mide en cifras manipuladas, sino en la dignidad de quienes no se rinden.

El día que Venezuela despierte —y lo hará— no será por una urna amañada, sino por una decisión colectiva de dejar de jugar bajo sus reglas.

Ese día no votaremos.

Ese día BOTAREMOS.






viernes, 16 de mayo de 2025

La mentira se sofoca cuando la verdad respira


No importa cuánto griten. No importa cuántas urnas llenen de papeles falsos ni cuántas cadenas transmitan para repetir el cuento gastado de la “democracia participativa”. La verdad siempre encuentra grietas. Y esta semana, Venezuela lo ha demostrado de nuevo.

En medio de elecciones amañadas y retóricas vacías, una acción silenciosa —pero profundamente valiente— nos recordó que el alma de un país no se apaga con decretos ni represión.

No es la primera vez que vemos lo imposible ocurrir. Tampoco será la última. Porque, aunque muchos prefieran callar o mirar a otro lado, hay una fuerza viva que no se deja someter: la dignidad. Esa que florece aún en medio del asfalto, como un eco de libertad en tiempos oscuros.

Los que siguen dentro, resistiendo. Los que están fuera, denunciando. Los que escriben, crean, construyen memoria… Todos somos parte del mismo relato: el de un pueblo que, a pesar del exilio, la censura y la traición, se niega a olvidar quién es.

La historia venezolana aún se está escribiendo. Y no la dictarán los usurpadores, sino quienes siguen creyendo en la fuerza de la palabra y en la justicia que, aunque tarde, siempre llega.





miércoles, 7 de mayo de 2025

La libertad se abre paso

Aún no conocemos todos los detalles. Aún no hay una versión oficial, aunque sabemos que vendrán las mentiras, las tergiversaciones y los intentos de minimizar lo ocurrido. Pero hoy, lo cierto es que Venezuela ha despertado con una noticia que parecía imposible: los rehenes políticos que permanecían secuestrados en la embajada de Argentina en Caracas han sido liberados.

La sede diplomática estaba rodeada, sitiada, vigilada milimétricamente por cuerpos de seguridad del régimen. Cualquiera hubiera apostado que escapar de allí era inviable. Y, sin embargo, ocurrió. Porque cuando la dignidad se organiza y la libertad se abre paso, no hay cerco que la detenga.

Este no es solo un hecho político. Es un símbolo. Un grito de esperanza en medio del desánimo. Una señal para quienes dentro y fuera del país se sienten agobiados por la represión, el miedo o el cansancio. Un recordatorio de que lo imposible puede suceder... y sucede.

Mi admiración profunda por esos valientes, que resistieron meses bajo presión brutal, sin ceder, sin negociar su dignidad, sin traicionar sus principios. Salen hoy con la frente en alto, convertidos en ejemplo para millones.

Y mi reconocimiento también a quienes, en silencio, planearon y ejecutaron esta acción. A quienes confiaron. A quienes se arriesgaron. A quienes no se resignaron.

Esta liberación es también una bocanada de oxígeno para el trabajo incansable de María Corina Machado y Edmundo González. A ellos les debemos el renacer de esta esperanza colectiva. Ellos siguen allí, firmes, guiando este proceso que avanza, a veces invisible, pero imparable.

La libertad está cerca. Hoy lo sabemos con más certeza que nunca.

Sigamos. No es tiempo de dudar. Es tiempo de creer. 



 


Isolda Salvatierra: presencia que permanece


Publicado el 1 de mayo de 2025


El pasado 27 de abril, en Madrid, partió Isolda Heredia de Salvatierra. Economista, política, feminista, católica y, sobre todo, mujer venezolana de una coherencia ejemplar.

Tuve el privilegio de conocerla personalmente y de coincidir con ella en diversos eventos. Su vitalidad no se medía en pasos ni en edad, sino en convicción. Allí estaba, con la palabra justa y la mirada encendida, haciendo presente su país amado, Venezuela, en cada foro, en cada conversación, en cada gesto.

Isolda fue una mujer de lucha limpia, sin estridencias ni antagonismos, pero firme. Creía en el feminismo como puente, no como trinchera. Defendió la democracia cuando era difícil, y los derechos humanos cuando dolía. Su voz fue serena, pero jamás tibia.

Promotora de reformas legales que marcaron un antes y un después para las mujeres venezolanas, también dejó huella espiritual al fundar el Camino de Santiago en Caracas, testimonio de que fe y acción pueden caminar juntas.

Su vida nos recuerda que el liderazgo real nace del corazón y se fortalece en la entrega silenciosa. No luchó por protagonismo, sino por legado.

Hoy, su ausencia nos pesa, pero su ejemplo nos alumbra. Isolda Salvatierra no solo defendió causas nobles: vivió conforme a ellas hasta el final. Y eso —en estos tiempos inciertos— no se olvida.

Que su memoria nos inspire a seguir andando, con la misma fe, la misma claridad y el mismo amor por Venezuela que ella jamás abandonó. 


El líder que no grita

Publicado el 22 de abril de 2025

 


Este Jueves Santo, en una calle cualquiera de Madrid, tuve el honor de cruzarme brevemente con el presidente Edmundo González y su esposa Mercedes. No fue un encuentro planeado ni protocolar, sino humano y profundamente simbólico. En sus ojos había una mezcla de serenidad y determinación que me estremeció. Y aunque apenas cruzamos palabras, sentí que entendió lo que no le dije con palabras: mi gratitud, mi esperanza intacta, mi respeto.

Un día antes, su yerno cumplía 100 días secuestrado por la dictadura. Aun así, Edmundo caminaba con paso lento pero firme, sin escudos ni aparatos de poder. Podría haber seguido disfrutando la paz de su retiro, pero eligió ponerse al frente de una causa que trasciende egos y partidos: la reconstrucción moral de Venezuela.

Admiro su temple, su silencio elocuente, su valentía serena. Frente a la cobardía del tirano, que se oculta tras el miedo, la fuerza y el chantaje, Edmundo se alza sin estridencias, con la dignidad de quien no necesita gritar para hacerse oír.

Mercedes, siempre a su lado, irradia esa energía serena que solo poseen quienes comprenden el peso del momento histórico que enfrentan. Ella también merece nuestro reconocimiento.

Este breve encuentro no solo me conmovió: multiplicó mi esperanza. Porque vi en él no a un político, sino a un ciudadano que encarna lo mejor de lo que podemos ser.

Y comprendí, con toda claridad, que Venezuela tiene futuro. Y tiene rumbo.

Gracias, presidente. Gracias por estar cuando más se le necesita. 🇻🇪✨