No se trata solo de incertidumbre: Occidente enfrenta una pérdida real y profunda de sus valores fundamentales. Lo que antes fue certeza, hoy se tambalea.
Principios que durante generaciones nos sirvieron de brújula
—el respeto, la libertad, la responsabilidad— se ven ahora cuestionados y
desplazados por supuestas nuevas virtudes. Lo que creímos inamovible, hoy
parece más frágil que nunca.
Nunca he rechazado lo diferente. Todo lo contrario. Siempre
he defendido la libertad de cada quien para vivir como desea, mientras no
pretenda imponerme una supuesta superioridad moral ni menospreciar lo que soy y
en lo que creo.
Pero el respeto es de ida y vuelta.
No soy amigo del victimismo. Tampoco de la resignación. Los
Diez Mandamientos, más allá de cualquier fe, han servido de columna vertebral
ética a la civilización occidental. Sin esa base, el edificio de la convivencia
se tambalea.
Sin embargo, no todo está perdido: hay ejemplos de
resiliencia que nos invitan a reflexionar.
El pueblo judío ha dado muestra de fortaleza. De
resiliencia. A lo largo de la historia, sus enemigos no solo han sido rivales
políticos: han sido quienes los quieren, literalmente, borrar del mapa. Y, aun
así, han sobrevivido, han aportado al mundo ciencia, cultura, arte y ejemplo de
dignidad. Merecen respeto. Y merecen defensa, sin ambigüedades.
Lamentablemente, ese respeto hoy está ausente en demasiados
foros. Hay un silencio cómplice de quienes se proclaman defensores de los
derechos humanos. La vara cambia según convenga.
La izquierda, el progresismo, o como se quieran llamar, agotada
la vieja lucha de clases, busca nuevas banderas. Feminismo de ocasión,
identidades de moda, causas ambientales. No discuto la importancia de las
luchas legítimas. Pero sí denuncio el uso interesado e hipócrita de esas
causas, la doble moral y el intento de arrasar con la familia, la biología y la
libertad de pensamiento.
En España, hemos visto leyes rimbombantes que terminan
blindando a criminales y dejando desprotegidas a las verdaderas víctimas. Lo he
dicho: la mujer, con su capacidad de resiliencia, inteligencia y aporte a la
sociedad, merece admiración, respeto y reconocimiento, pero no a costa de la
verdad ni de la justicia. El progresismo de consigna calla ante los abusos
fuera de Occidente, donde el horror es cotidiano para mujeres y minorías.
Calla, porque allí la denuncia no le resulta útil.
La censura no es ajena a mi experiencia. Escribí durante
años en un portal digital. Bastó decir que el sexo es un hecho biológico y que
la familia está bajo ataque, para que llegaran los cortes y la censura. Callé
una vez y me arrepentí de haberlo hecho. No volví a callar la segunda. Hice
pública la denuncia y me fui con la frente en alto. Aprendí que el peligro real
no es la voz del intolerante, sino la sumisión de los que deberían hablar.
¿Y qué pasa mientras tanto? Que muchos prefieren el
silencio. El miedo a las etiquetas —“derecha”, “ultraderecha”— pesa más que la
defensa de principios. Se cede aquí, se otorga allá. Así, los que gritan
terminan imponiendo sus reglas.
Eso, y no otra cosa, explica el avance de la cultura woke
y sus aliados. No buscan convencerte. Buscan que renuncies a defender lo tuyo.
Que te resignes.
Hoy, más que nunca, el peligro es el silencio de quienes,
por cansancio, prudencia o comodidad, se apartan y dejan la cancha libre a
quienes no tienen reparos en avanzar.
Este no es un llamado al odio ni a la intolerancia. Es un
reclamo por la coherencia. Por la valentía. Por la defensa de ese legado
imperfecto, sí, pero también inmensamente valioso, que nos ha dado libertad,
justicia, familia, posibilidad de vivir y de disentir.
La historia no la escriben los cobardes ni los mudos. Si
seguimos callando, otros decidirán hasta cuándo podremos hablar.
Es hora de ir más allá. De pronunciarse, de actuar, de
contagiar coraje.
El tiempo de la resignación ya terminó. Lo urgente ahora es
defender, sin complejos, los valores que nos trajeron hasta aquí. Lo importante
es no ceder más terreno al miedo ni al silencio.
Porque la agenda nunca miente. Y hoy, lo importante es
claro: defender lo esencial, antes de que sea tarde.
Toda esa pérdida de valores ha sido gestionada durante años por esa tendencia delincuente disfrazada de "izquierda", haciéndose llamar "progress" y que de progreso no tiene absolutamente nada.
ResponderEliminarEs solo una fachada que esconde públicamente la corrupción y el adueñamiento de los bienes producidos por otros, por ejemplo, bajo la forma descarada de la expropiación de Hugo Chávez en Venezuela o de la okupación ilegal y protegida de Sánchez en España.
La pérdida de valores familiares y sociales, se expande cada día más en sociedades que premian la delincuencia, le ofrecen amnistías, reducen las condenas de violadores y hacen ver que los malos procederes gozan de impunidad.
Pareciera que hacer fortuna fácil es posible y que no tiene consecuencias ni castigo, lo que lleva a hacerse de adeptos que tiran por la borda sus principios morales y éticos por dineros mal habidos y a expensas de los honrados.
Lo demás son formas de menospreciar a quienes quieren trabajar, y conseguir lo que quieren por medios legales y morales: la satanización de la derecha llamándola "ultraderecha" y haciendo creer que ésta le va a quitar sus derechos a los votantes, es una de las formas que utilizan los delincuentes para perpetuarse en el poder de los países a los que han sometido con mentiras y engaños.
Es increíble como países como Chile han alternado con gobiernos "de izquierda", y que han pasado de ser países exitosos a no tener nada por su la indecisión y por dejarse arrastrar en los engaños de esa tendencia zurda y retrógrada