Los represores se encuentran prestos a salir, una vez más, a
cumplir la labor que le encomiendan, desde sus cápsulas de cristal, aquellos
que temen que se les rompa el cristal.
Yo los entiendo y también perdono a muchos de ellos.
Algunos, los que no tienen perdón, están emocionados ante una nueva batalla
para exterminar al enemigo. Aprendieron a odiarlo en la más pura tradición del
asesino en serie conocido como el Che, paradigma del hombre nuevo del oprobioso régimen. Otros lo hacen porque no tienen
más remedio. Las razones son infinitas. Muchos de ellos tienen miedo, por ellos
mismos o porque saben que del otro lado están sus padres, sus hermanos, sus
hijos. Sean cuales sean sus motivaciones y sus temores, se sienten poderosos,
protegidos por su arsenal mortífero y su zoológico de terror conformado por
ballenas, rinocerontes y murciélagos.
La batalla va a comenzar. El enemigo comienza a avanzar empuñando
las temibles armas de la verdad y la palabra. Eso no es permisible para los que
no quieren, no pueden, abandonar el poder que le ha dado dinero y lujos antes
inimaginables. La orden es emitida y llega la hora de reprimir a la multitud
que grita obstinadamente ¡Venezuela! ¡Libertad!. A partir de ese momento, los
represores se enfrentan con los fantasmas de la calle.
Una joven que reta al represor a bajarse de su tanqueta es
el fantasma de la valiente mujer venezolana, libertaria que pare libertadores y
que lucha por un país mejor para sus hijos nacidos o por nacer.
Un escudero con su protección de juguete es el fantasma del
joven venezolano que se coloca en la línea de fuego para proteger a sus padres, a sus abuelos, a sus hermanos
que se encuentran en la retaguardia exigiendo libertad y justicia.
Un violinista que no para de tocar su instrumento es el
fantasma de una multitud de jóvenes que saben que el arte, no la guerra,
representa el verdadero futuro. Cuando le rompen el violín, este se multiplica
y le llueven nuevos instrumentos musicales de paz. Cuando logran callar el
himno, este comienza a resonar en otros instrumentos y en las gargantas del
pueblo glorioso que el yugo lanzó.
Un médico que es lanzado al suelo es el fantasma de una
multitud de profesionales de la salud que arranca de las garras de la muerte,
labor no siempre exitosa, a los millones de
venezolanos que están expuestos a la falta de medicamentos y de
alimentos y a las heridas de la guerra diaria en las calles. No sé si el
represor sabe que esa misma bata blanca algún día lo salvará a él o a sus seres
queridos. Los que ordenan la represión no tienen ese problema. Ellos van a las
mejores clínicas del mundo o se refugian en la clínica particular de su amo
antillano.
Un joven que se desnuda es el fantasma de los millones de
venezolanos que estamos dispuestos a despojarnos de nuestros temores para
recuperar la libertad secuestrada. También es el fantasma que atemoriza a los
tiramos que han quedados desnudos frente a un mundo que solo espera su momento
para cobrarles los delitos contra la humanidad.
Una señora que se enfrenta a la tanqueta es el fantasma de
todos los adultos mayores que apoyamos a nuestros hijos y nietos para que
tengan un futuro en libertad que sea aún mejor que nuestro pasado, no exento de
problemas, pero en libertad.
Un niño que sale a las calles a protestar con su franela
azul o beige es el fantasma del futuro, de quien quiere vivir en el país que no
ha conocido y se le pretende negar, que solo necesita comer y aprender lo
necesario, no para sobrevivir, sino para alimentar su cuerpo y su mente para
poder reconstruir el país herido que recibirá como herencia.
Un comunicador que sale a hacer su trabajo vestido con
pesadas armaduras y un diminuto micrófono es el fantasma de la libertad de
expresión que se filtra a través de las prohibiciones y las amenazas para que
el mundo sepa la verdad verdadera y no la inventada por quienes no tienen otra
opción que decir mentiras cada vez más grandes y ridículas.
Un dirigente que es agredido es el fantasma del nuevo
dirigente, el que esperábamos, el que se despoja de su color para adoptar los
colores de la bandera, el que se pone delante de nosotros y de frente al
opresor, mientras los dirigentes rojos sólo se atreven a ponerse en frente de una
cámara, rodeados por cientos de guardaespaldas.
Cada compatriota que aún no se ha atrevido, o es
indiferente, es el fantasma del que se
atreverá a engrosar la fila de los millones de venezolanos que hoy solo exigimos
y gritamos ¡Libertad!
Hay un fantasma más. Cada venezolano que ha fallecido como
consecuencia de las políticas o la represión del régimen, es el fantasma que
pesará en la conciencia de los asesinos y de sus cómplices y son nuestro
aliciente para recuperar la democracia y la libertad. Ese día llegará y sabremos
perdonar a muchos de ellos a la vez que exigiremos justicia para quienes no
merecen perdón. Todos sabemos quiénes son unos y otros.
A todos estos fantasmas se enfrentan los represores. Después de cada batalla en la calle, ellos no
tienen más remedio que enfrentarse a la batalla de su conciencia con sus
fantasmas interiores.