Publicado el 3 de agosto de 2024
He intentado explicar lo que está ocurriendo en Venezuela de forma sencilla, como esas guías que buscan traducir temas complejos. Pero ya no tiene sentido suavizar las palabras. Voy a ser breve. Y claro.
En Venezuela, arrasó Edmundo González. Así de simple. Las actas están a la vista del mundo desde el lunes posterior a las elecciones. Firmadas, con código QR, validadas. Legalmente irrefutables. Esto no tiene discusión posible.
Sin embargo, el régimen hizo lo que sabe hacer: violó la ley, la verdad y la voluntad del pueblo. Proclamó al dictador y ahora intenta blindarlo usando las instituciones que ya no sirven a la justicia, sino al poder.
Y mientras sellan su farsa, la represión se intensifica. Están deteniendo, torturando y desapareciendo a ciudadanos. Ya no se limitan a opositores tradicionales o clase media. Ahora el golpe va también contra los más humildes, contra muchos que alguna vez los apoyaron.
La estrategia del miedo funciona. Las redes se han silenciado. Muchos en Venezuela no se atreven a publicar lo que ven. Los grupos de WhatsApp están mudos. Desde el exterior, los que podemos hablamos y asumimos el rol de proteger a los nuestros, administrando esos espacios para evitar más represalias.
Y mientras tanto, los líderes de países como Colombia, Brasil y México siguen jugando a la diplomacia ciega. Algunos dicen que es por estrategia. Pero la represión sigue. Y la gente sigue cayendo.
Esta no es solo una lucha política. Es una batalla moral y espiritual.
Es la inteligencia enfrentando a la brutalidad.
Es la verdad combatiendo a la mentira.
Es la paz desafiando a la violencia.
Es, sin matices: el bien contra el mal.
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