Que esta vez sí.
Que ahora sí ganamos.
Que el mundo nos ve.
Que hay que tener fe.
¡Como si no hubiésemos votado antes!
Como si el 28 de julio no hubiésemos
marchado en masa, con esperanza, con dignidad, y demostrado que somos más.
Y aún así, aquí estamos: con el
dictador campante, como quien ni se despeinó.
Así que no, gracias.
Esta vez no voy a votar.
Voy a botar.
Voy a botar la ingenuidad de creer
que enfrentamos a demócratas en campaña y no a criminales aferrados al poder.
Voy a botar la narrativa complaciente
que llama «proceso» a esta farsa.
Voy a botar el miedo, el cansancio,
el chantaje de «si no votas, no existes».
¡Existimos!
Y también vemos —con dolor y asombro—
a quienes traicionaron el espíritu del 28 de julio,
los que alguna vez marcharon con
nosotros y hoy se lanzan a recoger migajas,
los que negocian desde el hambre del
pueblo y se arrodillan esperando un favor.
No.
No estamos hechos para limosnas
disfrazadas de acuerdos.
Estamos hechos para dignidad,
justicia y memoria.
Nos hicimos millones fuera del país,
nos convertimos en diáspora, en exilio, en voz que no se rinde.
Botemos, sí.
Botemos al tirano.
Botemos al verdugo.
Botemos la mentira, la trampa, la
resignación.
¿Votar en un autobús sin frenos,
manejado por un secuestrador?
No, gracias.
Mi ruta es otra.
La tuya también.
Porque lo que está por venir no será
decidido con papeletas amañadas, sino con la fuerza de un pueblo despierto.
Y lo que importa no se mide en cifras
manipuladas, sino en la dignidad de quienes no se rinden.
El día que Venezuela despierte —y lo
hará— no será por una urna amañada, sino por una decisión colectiva de dejar de
jugar bajo sus reglas.
Ese día no votaremos.
Ese día BOTAREMOS.
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