Publicado el 1 de agosto de 2024
Vamos a estar claros.
El Consejo Nacional Electoral, bajo el control de Maduro, tenía 48 horas para mostrar las actas, tal como lo exige la ley. No lo hizo. Y eso, por sí solo, grita más fuerte que cualquier discurso oficial. Lo curioso —o más bien vergonzoso— es que las actas estaban en su poder desde la noche del domingo, entregadas por los militares del Plan República. ¿Por qué no las mostraron? Porque la verdad no les convenía.
Mientras tanto, el pueblo, organizado y liderado por María Corina Machado, sí cumplió. En menos de 24 horas entregó su copia de las actas, con firmas originales y códigos QR que validan su transmisión oficial al CNE. Esa documentación es prueba legal contundente ante cualquier tribunal del mundo. Bueno, excepto ante los de Maduro, claro está.
Aquí hay algo que no se puede disimular: quien pide las actas al CNE sabiendo que ya están vencidos los plazos legales, o peor, quien todavía les da el beneficio de la duda, se convierte en cómplice. Así de sencillo. Qué tristeza tener que decirlo de mandatarios de países hermanos como Brasil, Colombia y México. Su tibieza duele y decepciona.
Otro punto clave: en Venezuela no hubo fraude. Lo intentaron, sí. Y lo sabemos por organizaciones como el Centro Carter, que lo han reconocido. Pero no lo lograron porque el pueblo desbordó las urnas, y porque las actas llegaron a destino. Lo que ocurrió no fue un fraude consumado, sino algo aún más grave: un golpe de Estado contra la soberanía popular.
Lo establece claramente el Artículo 144 del Código Penal venezolano:
«Serán castigados con presidio de doce a veinticuatro años los que se alcen públicamente, en actitud hostil, contra el Gobierno legítimamente constituido o elegido, para deponerlo o impedirle tomar posesión del mando».
Y eso es, palabra por palabra, lo que está ocurriendo.
Así que no nos confundamos. Ya se hizo lo más difícil: vencer la mentira.
Ahora falta lo inevitable: que alguien le ponga las esposas al dictador y a sus secuaces.
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